M I C R O C U E N T O S

E N   C U A R E N T E N A

 

 
 

 

 

 
 

 

 

 

 

 

Jorge Calvo, escritor, director del taller El Charleston.

 

El Taller de creación de cuentos El Charleston – SECH, conducido por el escritor Jorge Calvo y con seis integrantes,  inicia sesiones, en la antigua Casa de los Escritores, de Calle Almirante Simpson 7, el primer semestre del año 2019. En el segundo semestre del mismo año los participantes aumentan a nueve y con motivo del estallido social se trasladan a una nueva dirección que facilita la escritora Paulina Correa. En el año 2020, a propósito de la pandemia y con poco más de una docena de integrantes, funcionando a distancia, vía internet, contia avanzando en su labor creativa de modo que la selección de cuentos breves que se muestra a continuación han sido escritos en cuarentena.

 

 

 

 
 

 

 

 

Renata Carreño, estudiante secundaria, cuentista.

 

 

Seres en la oscuridad aparente

 

 

En una habitación sin sombras ni luz, se encuentran las personas que no se mueven ni se van.

 


 

Si complace a la vista plaga el corazón

 

 

Sostuve una rosa tan fuerte para que mis ojos contemplaran su magnificencia que no vi el goteo que llegaba a mis pies, mi vista ya satisfecha dejó una plaga en mi interior.

Incertidumbre que se vislumbra en el comienzo de la conciencia.

 

Por la inmensidad del círculo por el que caminaba, resté atención de cómo mis pies ya habían creado un sendero a través del césped, sin detener mi andar me planteé cuando fue el comienzo, justo cuando posiblemente estaba en frente del final.

 

 

 
 

 

 

 

Paulina Correa, abogado y cuentista, dos libros publicados.

 

 

Empezamos mal
 


Realmente no quería salir, costaba tanto que lo entendieran, como si ellos no hubieran pasado lo mismo alguna vez, así empezamos mal, obligándolo a uno a hacer lo que no quiere, a sacarla por la fuerza. Nadie podía haberme discutido que estaba más cómoda en mi espacio, que podía dormir en un largo baño caliente, no había muchos ruidos molestos, bueno, salvo las discusiones que se oían de tanto en tanto, no tenía que compartir ni verme obligada ver a nadie, podía pasar largas horas sin pensar, con la mente en blanco, un papel sin nada escrito, en fin, era casi el paraíso.


Esa mañana sentí discusiones afuera, agitación, un pulso rápido en todo el ambiente. Era el desalojo, lo presentía, me vino el pánico, claro, el mismo que iba a sentir desde entonces de vez en cuando, enfrentarme a los desconocidos, y enfrentarme a los que sí conocía y no tenía muchas ganas de ver, a mis padres, a mis parientes.
No es que tuviera prejuicios, obraba con conocimiento de causa, los conocía tan profundamente como ellos no podían sospecharlo, me sobraba el rechazo de mi padre, la neura de mi madre, la compasión de algunas frases, solo el silencio y la mano tranquilizadora de mi abuelo materno, un gran tipo, y el magnetismo callado de mi abuela me convencieron de que debía salir, no había vuelta, mal que mal alguna vez uno debe madurar, dar un paso adelante, ver la luz, ser alguien. Me relajé lo más que pude, puse todo de mi parte y finalmente nací.

 


Huida
 


La luz intermitente jugaba con el muro de la habitación, rítmicamente acunaba mi sueño, rojo, azul, se alternaban, la sombra alargada del letrero del Waldorf vigilaba atenta. Fue en un segundo que la figura regordeta y rápida quedó al descubierto y luego desapareció. Esperé ansiosa la luz, esta vez azul, allí estaba, más grande de lo que lo había percibido, un ratón descomunal, sus ojos y los míos intercambiaron destellos, su hocico dejaba ver unos dientes temibles, di la voz de alarma, se oyeron órdenes, carreras, cerraron las puertas, no tenía salida, el ratón acorralado se lanzó al vacío para continuar su huida bajo una cómoda bombé.


Agarrada de la baranda vi una mano que determinada se arrojaba a ciegas a la caza del roedor, segundos después un chillido, el animal era llevado por mi madre agarrado del pescuezo, se retorcía en vano, ella me lanzó una mirada triunfante, yo un gesto agradecido. Parada dentro de mi cuna disfruté el momento, la tenue luz volvió a tornarse azul y en el renovado silencio de la pieza se iluminaba esta vez el perfil atemorizado y confundido de mi padre.

 

 

 
 

 

 

 

Maritza Delgado, ingeniero comercial, cuentista, finalista en el Concurso Teresa Hamel, 2019.

 

 

La pareja


No había frío en su cama, sino que millones de arrebatos de deseo que se confundían entre lo caliente de las sábanas. Palabras que ardían a los oídos de los amantes provocando el más fabuloso de los estallidos que culminarían con la humedad calando en la realidad. Es que luego, al poner los pies en el suelo volverían a ser los enemigos de siempre.
 

 


Todo por amor
 


Camino por la arena, sintiendo el pecho a punto de explotar por toda esa pasión que se me hace poca cuando en mi cabeza se repite Caruso y me hace llorar. Aún no sé si me encontraré con la romántica soledad, o con algún enamoramiento que el blindaje de esta sala nunca dejará entrar. Manos suaves pinchan mis brazos justo arriba de las cicatrices que el amor dejó como prueba a mi lealtad, así que sonrío en tanto una lágrima de mi propio delirio ayuda a sacar de mi cuerpo la eterna tortura.

 

 

 
 

 

 

 

María de la Estela es el seudónimo de la psicóloga y cuentista Liliana Ugalde

 

 

Vengo a verte

 

 

“Vengo a verte todos los días”, dice contrariada la señorita Piedad, se queja con el cura del pueblo. “Me parece injusta la cantidad de rezos y rosarios que usted me impone cada día. Yo pienso que usted me tiene mala”. “Señorita Piedad…con mucho respeto, es lo que la santa iglesia recomienda, para casos como el suyo”… “¡Yo no he cometido un gran pecado!”... El señor cura le responde, “sus faltas son muy reiterativas y daña a muchas personas. Sin ir más lejos, la señora Carmen se queja que usted la trata mal, sin piedad, todos los días la saluda diciéndole… ‘buenos días huesuda’ y qué me dice de como saluda a doña Rosita… ‘buenos días guatona’ y a don Pepe… ‘Buenos días borrachín’. Eso no está bien, señorita Piedad”. “Señor cura… ¡Yo soy una persona honesta y no lo puedo evitar!”

 

“Ser honesta está bien,  pero hay que respetar a la gente. Le propongo lo siguiente…cambie su lenguaje, que sea algo más amigable…” “¿No lo entiendo, señor cura?”... “Escúcheme, le sugiero que use el lenguaje de las flores, por ejemplo, a la señora Carmen puede saludarla de otra manera como ‘Buenos días hermosa cala”. “¡No creo que ella entienda!…va a quedar perpleja”. “Entonces, Piedad, ella elijará la palabra que más entienda, probablemente ‘hermosa’. A la señora Rosita puede saludarla diciendo… ‘Buenos días flor de zapallo’, ella elijará la palabra que más le guste probablemente ‘flor’, ella se sentirá feliz y tú serás honesta”.  “Entiendo señor cura, me despido, ‘Buenas tardes flor de cicuta’… ¡elija la palabra que quiera!”.

 

 

 

Los  perros

 

 

Vi a mi vecino conversarle a su perro llamado Tobi. Este se sentó a su lado y al principio lo miraba, después se interesó en un gato que andaba alrededor. Entonces se paró y se fue moviendo la cola, mientras mi vecino pretendía seguir hablándole. Entonces pensé…“Si los perros hablaran dejarían de ser los mejores amigos del hombre”.

 

 

 
 

 

 

 

Leonel Huerta, cuentista, Primer lugar en el Concurso de Cuentos de la Ilustre Municipalidad de San Bernardo 2019.

 

 

Jardín

 

 

El joven de la mañana levanta las sábanas, saca mis porquerías y luego me limpia. Pasa un paño por aquellos labios donde antes hubo dedos, bocas y manos que me enloquecían. ¿Manos, manos? ¡¿Dónde están mis manos?! No puedo gritar; ¿acaso perdí mi voz? Por la noche viene una señorita. Ella me mira, acaricia mi mejilla y luego llora; siempre llora. Yo no sé qué hacer con usted, señora, ayúdeme a resolver este problema. Si le hablo, solo tengo una pregunta por hacer, señora. Las lágrimas son por mí o por ella; no la entiendo, pero cómo hacerlo si nunca me ha dicho una palabra. El joven de la mañana no para de parlotear, pero ella sin decir nada está más cerca de mis pensamientos; ¿acaso tendremos la misma idea? No le hablo porque no me atrevo a preguntar; a preguntar lo que usted, señora, no podrá responder. Sé lo que quiere, señora, y estoy dispuesta a hacerlo. Cada vez que la veo en su cama acostada en una posición que no eligió, me pregunto cuánto extraña su libertad. Señora, esclava de la muerte, dígame si quiere ser libre. Hoy no ha venido nadie. Estoy en un jardín, hay un jardín.

 

 

 

Octavas

 

 

Sus manos frente a las teclas, ojos fijos en el pentagrama, su cuerpo esperando la música. Los dedos se deslizan por octavas, se abren más allá de las ocho teclas, las notas saltan desde el pulgar al meñique; ambos en una sola elongación, un solo tentáculo. Prefiere los sostenidos, dar medio tono más al placer. Los silencios enloquecen sus sentidos, mientras sus manos presurosas solo quieren tocar. La velocidad crece con los minutos, las corcheas aceleran el ritmo, sus extremidades recorren ochenta y ocho teclas, blancas y negras; todas deben ser pulsadas. Sus piernas entran y salen, suben y bajan, dando y quitando sonoridad al instrumento. Cierra los ojos, el cuerpo lleno de movimiento ondulatorio, pequeñas convulsiones se alojan en su pecho. Las falanges en perfecta sincronización: cada una independiente de la otra; cada una necesitando de la otra. Las notas se convierten en semifusas y el movimiento presuroso la hace caer sobre la alfombra. Sus yemas como ventosas se pegan a su ropa, levantan su falda, tocan la ingle sin descanso. Recorren punto a punto su piel convertida en partitura. Las piernas se abren y cierran. Dedos nadando en música; dedos buscando la última nota.

 

 

 
 

 

 

Vane Man, seudónimo de la cuentista, pintora y poeta Vanessa Mancilla

 

 

Al fondo de las ollas


Me queda el frasco imposible de lavar por dentro y la tabla de picar con sus marcas de amor; el amor que se quedó en la bandeja del horno pegado y las grietas en los vasos que rompió el amor. Me quedan platos relamidos y al fondo de las ollas un hambre que persiste y despierta iracundo por ese amor que aun huele en la ropa.
 

 


Hijo de la burocracia
 


A ella le permitieron ser su madre para criarlo y quererlo, para llevarlo al colegio, para castigarlo; para estar preocupada y triste la primera vez que se lo llevaron preso. Ella fue quien lloró cuando habiendo recién cumplido la mayoría de edad la sentencia decía doce años y un día. Ella fue quien rezo en la sala de espera del hospital las cinco veces que lo apuñalaron adentro. Ella fue su madre los domingos de visita quien le llevaba siempre un poco de todo, para que no pasara hambre o frío, para que tuviera un poquito de shampoo.  Ella fue su madre todos los días desde que tuvo memoria, pero a él no le dejaron ser su hijo cuando ella murió.

 

 

 
 

 

 

Musa Moreno, cuentista, ilustradora y profesora de yoga.

 

 

Perspectiva

 


Ese chirrido metálico inconstante lo delata, parece que cojea, lento. Camina por el centro luciendo largos vestidos estrellados, sucios. Vende sus libros silenciosamente, aunque a veces explota a gritos salpicantes.


En la plaza elige un escaño, se sienta y habla sola. Uno creería que dice sandeces, pero nombra a Jung y a Freud; teorías de Kepler y así. A veces habla con personas, aunque su público general son las palomas.


Dicen que proviene de una familia adinerada, que se volvió loco y huyó. Perdió el hogar, quizás; perdió lo valioso, quizás; perdió la identidad, quizás… Pero aún le queda la palabra.
 

 


Modernidad

 


A las once de la mañana anunciaron la cuarentena, el distanciamiento social y las medidas para evitar el contagio. Claro, muchos estaban desesperanzados, no pensaron nunca que ese “nos vemos mañana”, o “acuérdate que el sábado vamos a ese pub” se alargarían eternamente.


Escucho repetidas veces: “Me gusta ser hikikomori, pero cuando yo quiero, no cuando me obligan” y recuerdos las rabietas que hacía cuando chica. Le respondo: “Juega Animal Crossing, está súper bien hecha esta edición”.


Claro, el juego se trata de irte a una isla desierta y comenzar desde cero, tu solo haciendo fuego, recolectando alimento, construyendo herramientas.


Durante semanas no escucho más rabietas, de alguna manera es lo mismo, pero ahora es voluntario.

 

 

 
 

 

 

Yasmín Navarrete, magíster en física, dos libros publicados de poesía y cuentista.

 

 

Periplo Medio


Un día como cualquiera, me levanté para tomar mi desayuno, luego de lo cual sentí que no podía ni comer ni respirar como habitualmente lo hacía, ya que el ambiente circundante estaba invadido por gas lacrimógeno, sabía que era necesario pasar por algo así para que todo cambiara, pero también entendía que mi cuerpo tenía un límite más allá de esa resistencia.


Las imágenes se esfumaban lentamente a mí alrededor.


De un momento a otro desperté, rodeada de médicos que analizaban mi situación, algunos de ellos me decían “que dios la acompañe” otros que “no dolería, que mi espíritu estaría a salvo”. Claro que lo estuvo gracias a la anestesia. El resultado de los exámenes mostraba que tenía infectado e inflamado parte de mi aparato digestivo.


La confusión entonces fue no saber bien si el dolor era físico o emocional, cuándo estas dos dimensiones se confunden y pasan a convertirse en una circulación sin fin, hasta que llega alguien a quien amas y te dice: “No importa, todo va a estar bien”. Entonces recuerdo que la poesía es el alma, el arma de la única verdad. La vida y la muerte se cruzan en el sendero medio del corazón, lugar que algunos pocos pueden encontrar.



Margarita


-Ya no te volveré a ver- decía Margarita. Los laberintos insondables de su mente se tejieron a raíz de palabras que marcaron su cuerpo, a través de diversos condicionamientos.


No tenía que buscar fuera cuando era su propia historia la que se manifestaba en sus movimientos corporales frenéticos, como si alguien se hubiera dedicado a tejer su vida con la mayor de las tensiones. Ella lograba pensar en el vuelo de un pájaro a pesar de no lograr describirlo por medio de un análisis aerodinámico.


-Creo por sobre todo en la imaginación, por eso, no te volveré a ver-


Su cuerpo logró moverse más allá de su mente, la tensión desapareció, su tejido volvió a retomar los puntos de su historia.

 

 

 
 

 

 

Ximena Pedraza Berner, cuentacuentos, montajista y cuentista.

 

 

Escondite
 


-- ¡Gallinas, no cacareen, silencio! -- decía su mente apenas vio que entraban al gallinero los hombres de traje gris y botas con sus metralletas gritando con fuerza y Erika, ni respiraba.
 

 


Presencia

Se dibuja la cordillera, despegada del cielo, los techos rojos de las casas se ven hermosas por la ventana. Lentamente, se encienden las luces, oigo un perro que llama a la luna.

 

 

 
 

 

 

Gonzalo Pérez, abogado y cuentista.

 


La creación


Me dediqué a ver toda la mañana a Cristóbal, como cargaba arena de un lado para otro en la playa, iba a buscar agua, y luego la vertía sobre la arena para moldear este barro tan básico, habrá ido unas cuatro o cinco veces hasta la orilla, ya perdí la cuenta.


Con mucho cuidado dibujaba un hombre en la playa. Me maravillé al ver esto, y repentinamente empieza a aplastarlo eufóricamente, luego voltea con una mirada de satisfacción y me dice: ¿hacemos otros?
 

 


Despertares


Por la ventana se siente entrar una brisa suave, así Angélica se levanta, primero se peina el largo pelo, porque de otra manera va a estar enredado todo el día. Sin embargo, ya no le ve tanto sentido a hacerlo, las últimas semanas han sido de un encierro generalizado para todos. Pero luego recuerda que tiene una videoconferencia con gente de su oficina. De una manera extraña, eso la alegra, y recuerda una frase que le decía su abuelita Carmen “porque cada día es un comienzo”, entonces se pone un pinche y prende la pantalla del computador frente a ella.

 

 

 
 

 

 

Antonio Riquelme, profesor y cuentista.


 

Dopamina
 


La idea fue de Alejandra, mientras veían “La casa de papel” pero en un tono “Te imaginai si nosotros…”, con los días ambos la alimentaron hasta que se convirtió en una inquietud real.


Por las noches estudiaban el destino del día siguiente, nunca volvían al mismo. Con las aplicaciones de transporte y la ubicación de salida el modo de operar era similar.


“Somos los encargados municipales de la supervisión de medidas higiénicas y sanitización”, y presentaban las credenciales con nombres falsos. Él apuntaba con el revolver de fogueo y ella recogía los objetos de valor, joyas y dinero en efectivo, en un bolso deportivo de mano. El procedimiento terminaba con las víctimas maniatadas. Rara vez se vieron en la complicación de reducir a alguien con el bastón eléctrico.


A la tercera semana decidieron parar. El frenesí de los primeros días menguó y dio paso a la monotonía. Necesitaban una nueva intensidad. Un acontecimiento que extendiera el campo de acción a posibilidades que antes del encierro no hubieran pensado. Decidieron qué era lo que necesitaban con una mirada una tarde anubarrada en que bebían chocolate caliente y miraban en el cable una película sobre el “Asesino del Zodiaco”.
 



Celebración
 


Era viernes 29 de noviembre, al otro día cumplía treinta. Disponía del día libre. No podía quejarse, viajaba dos veces al año, hacía un mes que era dueño de un segundo departamento con vista al mar y laguna privada en Papudo. Por la tarde se ocupó de ambientar el departamento: globos metalizados y guirnaldas en dorado, plata, blanco, marfil, celeste y azul. Para cada invitado una peluca diferente, para él una corona dorada.


El jefe de personal agradeció el talento, la entrega y entre ovaciones anunció que el festejado era ascendido a subgerente de cumplimiento.


A la medianoche cantaron el cumpleaños feliz, vino el karaoke y el baile por turnos arriba de la mesa de centro rústica.


Despertó a la una de la tarde del sábado. Aún estaba ebrio. La última imagen que recordaba era ingresando al dormitorio con la ejecutiva de atención al cliente. El espejo le devolvió una cara fosca y unos dientes amarillo oscuro. Fue por una bebida isotónica. Vasos, botellines de cerveza derramados en la alfombra, pelucas pisoteadas, platos con colillas de cigarro. Un campo de batalla. La euforia del día anterior aún punzaba en las sienes, un escalofrío le sacudió la espalda.

 

 

 
 

 

 

Rino Salas, contador auditor y cuentista.


 

Leer las manos
 


Iba cruzando la plaza en forma desprevenida, de repente se acercó a mí una gitana. Me tomó la mano diciendo: - la suerte paisano-. Le dije bueno, total nada pierdo. Ven siéntate a mi lado. Me llevó a un banco desocupado y tomando mi mano derecha procedió a leer mis líneas marcadas. Luego de posar sus dedos sobre mi mano y recorrer suavemente por cada uno de mis surcos sentenció: tu vida ha sido difícil, nunca has podido echar raíces en ningún lugar, ni tampoco formar familia. Pero lo peor, paisano, es que las líneas de tu mano me dicen que nunca vas a tener dinero, serás de por vida un pobre hombre. Tras decirme aquello saqué de mi bolsillo mi última moneda y la puse en sus manos. Sabía que en el otro bolsillo tenía reservadas las pocas monedas que me permitirían pasar la noche en la hospedería del Hogar de Cristo.
 

 


Caldo de cabeza

Cierto día al pasar frente al cementerio del pueblo, llamó mi atención el letrero colgado en la puerta “No entrar, sólo residentes” Continué el camino pensando en el sentido de aquellas palabras. Acaso los muertos saldrían de noche a vagar por las calles o vigilarían sus antiguas casas preocupados por sus familiares.  Tal vez otros acudirían a las cantinas para ver a los amigos jugar cacho. O, quizás escudriñarían las actividades de sus viudas, para saber si aún mantienen sus lutos o si los han olvidado.


Estas ideas revoleteaban en mi cabeza y no me dejaban dormir. Opté por acudir donde el párroco del pueblo. Yo sabía que él cementerio pertenecía a la iglesia. Cuando le comenté al curita que me tenía inquieto el letrero del cementerio, pensando que los muertos salían de noche. Él se detuvo y colocando su mano en mi hombro me dijo: - No te preocupes, es más simple de lo que tú supones. Sucede que al panteonero y cuidador del cementerio le construimos su casita junto a la entrada y el único vehículo que tiene permiso para ingresar al cementerio es el suyo-.