P E D R O   P R A D O   ( 1 8 8 6 - 1 9 5 2 )

E l   P á j a r o   E r r a n t e

C r e a d o r   d e   L o s   D i e z


p o r   E u g e n i o   B a s t í a s   C a n t u a r i a s

 
   

 

 

 

Eugenio Bastías Cantuarias es Diplomado en Gestión Cultural, músico, escritor y miembro de la Sección Folclore dependiente de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía.

 


 

 

 

A mi amiga Mabel Flores.

 

Entre modernismo rubendariano y nacionalismo exaltador de valores regionales, con algún aliento universal, se produjo la eclosión del gran Pedro Prado. Entre Pedro Antonio González y Carlos Pezoa Véliz, representantes, respectivamente, de las tendencias enunciadas, fue el paso de Prado, heredero de mayorazgo vinculado, como todo un Ulises pasando bajo las piernas del coloso de Gibraltar. Tal cual todo genio inquieto, superando la pérdida de su madre a sus dos años de edad, de la formación primaria en su propio hogar, que prácticamente fue el Hospital San Vicente de Paul, que regentaba su padre, pasó al Instituto Nacional para hacer sus Humanidades –nombre que debiera volver a utilizarse tras cualquier reforma educacional de este sistema inhumano que nos aplasta. Completó su formación con un surtido de disciplinas: contabilidad, idioma alemán, música y pintura. Luego pasó a Ingeniería en la Universidad de Chile, pero al término de dos años en ella, murió su padre, cuando nuestro futuro artista estaba en la tierna edad de los 19 años, plena de ensueños y futuros. Así, pasó a estudiar Arquitectura, por tres años, sin titularse (como todo genio inquieto que se puede dar ese lujo en el contexto de un Estado de bienestar, con educación gratuita, pública y laica). En paralelo, tomó clases de pintura con el maestro Pedro Lira.

 

Y en 1908 vino su primer grito silencioso, bajo el agua, frente al mar, sobre los acantilados y oyendo el canto de las gaviotas, cormoranes y pelícanos que le soplaron, al modo de la música de las esferas, muchos versos. Ellos fueron agavillados en unas "Flores de Cardo" que provocaron el remezón que hacía falta para liberar al verso de su formalidad modernista, quitando la métrica del horizonte y dando pie a otras formas como la prosa poética.

 

Vamos a un ejemplo floreado, conservando la exacta ortografía andresbelliana de su texto:

 

 

 

L A S   P A R R A S

(fragmento)


 

Hijo: ya la viña

ha perdido todo su verdor

i sus hojas

como llamaradas de sangre,

así tan rojas,

vénse a la puesta del sol.

 

Si tú vieras las parras...

Tienen alma

en su ríjida silueta atormentada.

En los nudosos troncos,

bases de las vidas,

no hai nada

que diga de reposo.

 

Es llegado el tiempo

de la poda brutal de los sarmientos.

I habrá aún cepas

que engarzando la debilidad de los zarcillos

caerán abrazadas a la tierra.

 

En noches rigurosas del invierno

serán la gloria roja de las llamas.

Ya no habrán de vestir

con un nuevo verdor a cada parra.

 

Por cada herida

noches i noches, largos días

sangrarán en lágrimas de vida.

¡Qué quieres! Las hojas sobrarían;

no es menester de ellas

en vendimia.

 

 

 

 

 

Entre cada estrofa Prado pasa de un ritmo a otro; la rima no es importante ya, pero hay una musicalidad sugerida por el canto que sopla al oído del poeta que imagina lo descrito. El ritmo de su desarrollo se lo sugiere cada proceso descrito, muy conocido seguramente por su ojo y su oído atento desde su más ignota infancia, tal vez, en tierras de su familia o en veranos pasados a la sombra de los pámpanos.

 

Recordemos que antes de este libro, nada que no tuviese rima, métrica y estructura reconocible, era considerado formalmente poesía. Recurrimos majaderamente al recuerdo del modernismo, continuidad histórica de toda forma poética desde que cuajaron las formas estróficas clásicas en el llamado "siglo de oro" español. De allí nos vienen sonetos, silvas, seguidillas, coplas, redondillas, cuaderna vías, pareados, octavas reales (en las que fue escrita La araucana de Ercilla), nuestras tradicionales décimas espinelas [1], entre tantas otras formas estróficas. Nunca está demás volver a beber (para el buen poeta que debe ser buen bebedor), o aprender si se es novato, de viejos textos de técnica literaria como el del crítico literario Eduardo Solar Correa, editado por Nascimento en 1942.

 

En 1915 Prado dio el primer paso para formar ese grupo que debiese llenar toda la primera mitad del siglo XX en los estudios literarios chilenos, Los Diez. Pero también debiese aparecer en los sesudos estudios políticos de las primeras décadas del siglo, dado que estos muchachos treintañeros, y menores a eso, les dio el entusiasmo hasta para redactar una propuesta propia de Constitución Política de la República de Chile, en los locos años '20 –que parecen más cuerdos que estos años de esclavitud del s. XXI. En una nota periodística del diario El Mercurio, donde se da cuenta de la publicación de las obras completas de Pedro Prado en el reciente año de 2010, se explica que esto de Los Diez era sólo un grupo de amigos talentosos, o bien una secta aristocrática que no se tomaba muy en serio el arte (es lo que El Mercurio quisiera, porque no hay arte sin política). Pero en verdad el grupo artístico tuvo una tremenda resonancia en todas las áreas de la sociedad chilena de su tiempo. Como dijimos, al menos estaban interesados en romper el esquema de la ya fétida república creada por Diego Portales y sus adláteres. Su proyecto de carta fundamental, por muy avanzado o por muy idealista e inaplicable al Chile de entonces, se desestimó sin mayores comprensiones de su espíritu y forma, y por cierto sin una lectura atenta, como suele suceder, cuando las bostas privilegiadas de cada época se lo proponen, con toda propuesta que amenaza lo establecido.

 

 

 

 

 
 

Casona de los Diez, ubicada en la esquina de las calles Tarapacá y Santa Rosa, en Santiago de Chile.  Captada en dos momentos, en la actualidad y hace cincuenta años.  Hoy esa histórica casa está catalogada como patrimonio nacional, pero a su vez un letrero de "se vende" cuelga en una de sus ventanas.  (nota de la redacción)

 

 

 

Los Diez fueron un grupo de soñadores, de creadores de nuevas instancias para una sociedad que requería nuevas sensibilidades, sueños de verdad y no la misma cicatera oferta de la oligarquía reinante. Y no lo dice el que escribe, lo establece el espíritu de ese grupo artístico (artístico, en el más amplio sentido, debido a la diversidad de sus intereses) que se dedicó a planear nuevas propuestas artísticas, nuevos aportes arquitectónicos, plásticos, literarios, económicos y, fundamentalmente, nuevas formas de hermandad entre los seres humanos, como la colonia tolstoiana fundada en San Bernardo [2], bajo la guía del Hermano Errante Augusto D'Halmar y el aporte de un terreno del poeta Magallanes Moure.

 

Pero volvamos a la letra, que sin sangre entra. Prado siguió su camino creativo con otro importante aporte a la poesía: "Los pájaros errantes. Poemas y divagaciones", que dan razón de la importancia que daba el poeta al mar, a las aves que viven de él y en él, y a los seres humanos que están en las mismas que las aves. Y divagar, ¡qué buen verbo!, como un sabroso pan caliente, recién tomado de la boca del horno, devorado muellemente, y saboreado hasta la última miga mientras se escucha con pereza un canto de cualquier pájaro, tal vez en el crepúsculo o en la aurora.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LOS PÁJAROS ERRANTES


 

Era en las cenicientas postrimerías del

otoño, en los solitarios archipiélagos del

sur.

Yo estaba con los silenciosos pescadores

que en el breve crepúsculo, elevan

las velas remendadas i trasparentes.

Trabajábamos callados, porque la tarde

entraba en nosotros i en el agua entumecida.

Nubes de púrpura pasaban, como

grandes peces, bajo la quilla de nuestro

barco.

Nubes de púrpura volaban por encima

de nuestras cabezas.

I las velas turjentes de la balandra eran

como las alas de un ave grande i tranquila

que cruzara, sin ruido, el rojo crepúsculo.

Yo estaba con los taciturnos pescadores

que vagan en la noche i velan el sueño

de los mares.

En el lejano horizonte del sur, lila i

brumoso, alguien distinguió una banda de

pájaros.

Nosotros íbamos hacia ellos i ellos venían

hacia nosotros.

Cuando comenzaron a cruzar sobre

nuestros mástiles, oímos sus voces i vimos

sus ojos brillantes que de paso, nos

echaban una breve mirada.

Rítmicamente volaban i volaban unos

tras los otros, huyendo del invierno hacia

los mares i las tierras del norte.

La peregrinación interminable, lanzando

sus breves i rudos cantos, cruzaba, en

un arco sonoro, de uno a otro horizonte.

Insensiblemente, la noche que llegaba

iba haciendo una sola cosa del mar i del

cielo, de la balandra i de nosotros mismos.

Perdidos en la sombra, escuchábamos

el canto de los invisibles pájaros errantes.

Ninguno de ellos veía ya a su compañero,

ninguno de ellos distinguía cosa alguna

en el aire negro i sin fondo.

Hojas a merced del viento, la noche

los dispersaría.

Mas no; la noche, que hace de todas las

cosas una informe oscuridad, nada podía

sobre ellos.

Los pájaros incansables volaban cantando,

i si el vuelo los llevaba lejos, el

canto los mantenía unidos.

Durante toda la fría i larga noche del

otoño pasó la banda inagotable de las

aves del mar.

En tanto, en la balandra, como pájaros

estraviados, los corazones de los pescadores

aleteaban de inquietud i de deseo.

Inconsciente, tembloroso, llevado por la

fiebre i seguro de mi deber para con mis

taciturnos compañeros, de pie sobre la

borda, uní mi voz al coro de los pájaros

errantes.

 
 

 

 

Cuando en 1949 se le otorgó el premio Nacional de Literatura, no sin la rutinaria polémica, Prado había completado 19 años sin publicar poesía, entre 1915 y 1934, pero en medio había dejado sabrosos y dulces frutos en prosa, como Alsino y Un juez rural. El primero le dio inspiración al cineasta Miguel Littín para fabricar su propio Alsino, trasplantándolo a tierras y guerrillas nicaragüenses; el segundo nació a la sombra de suculentos recuerdos del autor en su labor de juez "letrado". Pero nuestro poeta-arquitecto no logró disfrutar mucho más su premio, porque la eternidad lo vino a buscar a su hogar en Viña del Mar en 1952.

 

Desde mi punto de vista, permanece el enigma de Los Diez y su aporte nunca bien ponderado a la sociedad chilena de todos los tiempos, como sólo lo saben hacer los genios que tienen su propia bola de cristal para ver el futuro; o su locura es tan cuerda, que nadie corta un boleto para dárselos en vida. Prado, como tantos otros locos-cuerdos del '900, deben seguir viviendo hoy. Por eso busco con los ojos la mítica "torre de Los Diez" cada vez que paso por Santa Rosa esquina de Tarapacá, o la imagino en el "cité" de calle Matucana, a orillas de la Quinta Normal, o deseo conocerla en la casa donde aún debe andar el alma de Pedro Prado, sita en calle Mapocho Nº 3775, donde sí hay, o había, una torre donde los hermanos decimales se juntaban a reír (ejercicio que ningún gimnasio de la actualidad ofrece entre sus servicios) y a parodiar viejas ceremonias masónicas y pre-cristianas, en lugar de andar imitando a políticos o personajes que no tienen ninguna gracia.

 

¿Dónde están esos locos-cuerdos hoy?

 


 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Obras del autor

 

Prado, Predro. Flores de cardo. Santiago: Imprenta Universitaria, 1908. 126 p.

_________. La casa abandonada (parábolas y pequeños ensayos). Santiago: Imprenta Universitaria, 1912. 98 p.

_________. El llamado del mundo. Santiago: Imprenta Universitaria, 1912. 126 p.

_________. La reina de Rapa Nui. Santiago: Imprenta Universitaria, 1914. 136 p.

__________. Los pájaros errantes (poemas menores y breves divagaciones). Santiago: Imprenta Universitaria, 1915. 112 p.

__________. Los Diez. Santiago: Imprenta universitaria, 1915. 126 p.

_________. Ensayos sobre arquitectura y poesía. Santiago: Imprenta Universitaria, 1916. 98 p.

_________. Alsino. Santiago: Editorial Minerva, 1920. 314 p.

_________. Las copas (poemas en prosa). Buenos Aires: Ediciones Selecta América, 1921. 127 p.

_________. Poemas en prosa. México: Cultura, Tomo XV, (3), 1923. 110 p.

_________. Un juez rural. Santiago: Nascimento, 1924. 258 p.

_________. Androvar. Santiago: Nascimento, 1925. 109 p.

_________. Camino de las horas. Santiago: Nascimento, 1934. 158 p.

_________. Otoño en las dunas. Santiago: Nascimento, 1940. 270 p.

_________. Esta bella ciudad envenenada. Santiago: Imprenta Universitaria, 1945. 81 p.

_________. No más que una rosa. Buenos Aires: Losada, 1946. 96 p.

_________. Viejos poemas inéditos de Pedro Prado. Santiago: Escuela Nacional de Artes Gráficas, 1949. 190 p.

 

 

 

Bibliografía General

 

Alone. Los cuatro grandes de la literatura chilena durante el siglo XX. Santiago: Zig-Zag, 1962, 1963. 234 p.

Arriagada Augier, Julio Fernando. Pedro Prado: un clásico de América. Santiago: Nascimento, 1952. 11 p.

Madrid, Francisco. "Pedro Prado en la literatura americana": Discurso de incorporación a la Academia Paraguaya de la Lengua, 26 de septiembre de 1958. Buenos Aires: [s.n.], 1958. 28 p.

Silva Castro, Raúl. Pedro Prado: Premio Nacional de Literatura. Santiago: [s.n.], 1949. 15 p.

Torres Rioseco, Arturo. Pedro Prado. Santiago: Imprenta Universitaria, 1935. 24 p.

 

Crítica Literaria

 

Correa, Carlos René. "Poesía de Pedro Prado", Litoral, (5):10-14, julio, 1968.

Gotschlich Reyes, Guillermo. "Figura del novelista Pedro Prado", Licantropía, (6-7), 9-10, diciembre, 1996.

Livacic G., Ernesto. "Cien años de Pedro Prado", La Prensa Austral, 4 de noviembre, 1986.

Muñoz Lagos, Marino. "Un gran sonetista chileno", La Prensa Austral, 8 de octubre, 1998.

Robles Álvarez, Lautaro. "Pájaros errantes", El Mercurio, 13 de diciembre, 1991, p. 3.

Rodríguez V., Hernán. "Pedro Prado y la arquitectura", El Mercurio, 21 de abril, 1989.

_________. "Arquitectura y poesía". El Mercurio, 21 de agosto, 1992.

 
 

[1] Formas estróficas compuestas de diez versos, fundamental en nuestro canto a lo poeta, en sus formas de canto a lo divino y a lo humano, cuya estructura interna de rima fue establecida por el español Vicente Espinel a fines el siglo XVI.

 

[2] Hasta la fecha es una pequeña y bella ciudad al sur de Santiago de Chile, aunque ya integrada al casco urbano de la capital del ex Reino de Chile, que aún conserva sus árboles y, al menos, los lechos secos de sus acequias, tan hermosamente descritas en los Recuerdos olvidados de D’Halmar y en las Memorias de un tolstoiano, de Fernando Santiván, otro de los "hermanos" de la colonia.