P E D R O   A N T O N I O   G O N Z Á L E Z   ( 1 8 6 3 - 1 9 0 3 )

El padre fundador de la poesía moderna chilena

(que no ha terminado de nacer)


p o r   E u g e n i o   B a s t í a s   C a n t u a r i a s

 

 

 

 

Eugenio Bastías Cantuarias es Diplomado en Gestión Cultural, músico, escritor y miembro de la Sección Folclore dependiente de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía.

 


 

 

 

Vamos a hablar sobre un poeta anterior a Mistral, a Neruda, a Parra, incluso al divino Huidobro. No nos referimos a algo más divino que la divinidad del Parnaso, sólo queremos nombrar siete veces setenta, como dicen las llamadas Escrituras, al gran bohemio de la Chimba, a quien, de tanto decir que fue un eximio bebedor, un maldito, un negado para los cenáculos literarios y para esgrimir la actitud del profesional del lobby, como se dice en el castellano gracioso e impropio de hoy, lo hemos transformado en una caricatura de sí mismo; convocamos a la vera de esta mesa para conversar a Pedro Antonio González.

Vamos a hablar del relámpago antes de que lo nombrara Gonzalo Rojas, antes de que eclosionaran los volcanes de Neruda, antes de la herejía huidobriana, que embiste con su pasado regido por curas en el Colegio San Ignacio. Antes, insisto con lujuria, de la tremenda e inconmensurable diatriba herética del otro Pablo, el de Rokha. Éste último, hereje por los cuatro costados, se peleó hasta con el Comité Central.

 

Vamos a convocar esta noche al príncipe de la poesía modernista chilena, al primero y al más importante modernista que dio su sangre y sus palabras al sordo y ciego entorno chilensis: Pedro Antonio González, venido a este mundo en Coipué, comuna de Curepto, Región del Maule, rodeado de naturaleza y casas de adobe, entorno bucólico y apacible, como diría un relamido maestro de la obviedad, pero con su infaltable casa de putas en el camino de salida del pueblo.

¿Podremos percibir como un efecto poco frecuente de nuestra sociedad el ver cómo un artista se consume en la inopia, en la indiferencia y la soberbia del público, ahijada de la ignorancia? Sabiendo cómo mueren bajo el peso de la soledad y el dolor los héroes de la literatura chilena, que no en el lugar común de los héroes que se llama el campo de batalla ¿podremos seguir hablando muy romántica y descomprometidamente de un compatriota que dio su vida por su arte, y aplaudir desde la comodidad del palco burgués lo pintoresco y heroico de un hombre sensible, sumido en el vino de los guachucheros y en la pobreza material? No quisiera transformar esta columna en un equivalente de tantas otras líneas que destacan la biografía del hombre antes que la obra del artista, sobremanera si ésta ofrece espacio para decir que fue un vicioso bohemio "que vivió y  murió en la miseria", pero hay veces que ambas, obra y vida, se confunden. ¿No es la poesía algo que trasciende la hoja escrita o impresa? ¿No es acaso la materia prima del arte poético el reino de lo sensible, por tanto, factible y susceptible de representar con una vida antes que con una obra? Pero no, no entraré a disputar el planteamiento de un Arte Poética con grandes y hercúleos creadores de nuevos mundos, como son los que me han permitido leerlos, para felicidad mía.

 

 

 

Echaremos mano, mejor, a la academia. Dice el profesor Naín Nómez en su interesante estudio "La poesía chilena del novecientos y el sujeto moderno", que en "la segunda mitad del siglo XIX, se desarrolla una nueva identidad nacional contradictoria y difusa, desde la cual se despliega un imaginario poético singular que fluctúa entre la tradición y el cambio, las estéticas del neoclasicismo y el romanticismo con las novedades del naturalismo y el modernismo. Es esta coexistencia de tendencias diversas y a veces opuestas, la que conforma los diferentes discursos del nuevo sujeto poético de la modernidad.

 

El modernismo, aquello que tantas veces hemos mencionado en nuestras columnas anteriores, es algo que no debiese tenerse por influencia extranjera ni extraña a la cultura chilena, si bien la bengala inicial la lanzó el egregio Rubén Darío desde los cerros de nuestro Valparaíso, con la publicación de su "Azul",  también se vivió intensamente en la creación de poetas de fines del siglo XIX.

 

Siguiendo al profesor Nómez: "A la estética multifacética y contradictoria, heterogénea y en metamorfosis incesante surgida de la angustia frente al mundo que desaparecía, de la desesperación, el escepticismo y la evasión del marginado al enfrentarse a esta cosmovisión en crisis, se le llamó modernismo".

 

Pero, mejor pasemos a darle, y a leer, la palabra del propio Pedro Antonio, en un breve retrato de sí mismo, como hecho mirándose al espejo. Conservo exactamente la ortografía de la época en que se editaron estos textos por primera vez.

 

 

El Álbum (fragmento)


 

 

 

 

 

 

Oh! cuantas veces no me dijo a solas:

-Por qué está siempre tu semblante adusto?

Hallas a Dios para contigo injusto?

No amas el bien, la luz, la creación?

No tienes corazón ni pensamiento?

Heredó para siempre tu alma estraña

la salvaje aridez de la montaña

donde meció tu cuna el aquilon?

Tus comprimidos, macilentos labios

nunca dan paso a una fugaz sonrisa,

por tus pupilas nunca se divisa

un dulce rayo de pasión vagar.

Tú pareces un náufrago sin rumbo

que a donde quiera que a estrellarse vaya ,

sin fé en el porvenir, sin fé en la playa,

se deja por las olas arrastrar.

Tú cruzas por la tierra como cruza

La noche pavorosa por el cielo.

Horror, silencio, oscuridad i hielo

Es lo que tú derramas donde estás.

Tú no sueñas, no luchas. Tú no albergas

Ni una sola ilusión, Tú no ambicionas

ni oro, ni amor, ni aplausos, ni coronas,

Como un fantasma por el mundo vas.


 

 

 

¿Declaración de principios o autoflagelación a carne viva? El poeta no transa con el exterior, pero tampoco consigo mismo. Al parecer, no era la lucha estética del poeta que desea escalar hasta los niveles sublimes de la creación, sino que es un ser humano en trance de conflicto profundo con todo lo que de humano pudiese parecerle más despreciable o plausible. "Sin fe en el porvenir, sin fe en la playa", así es un perfecto beatnik hablando cincuenta años antes de lo convenido con la historia.

 

Dijimos varias veces la palabra hereje. Bien, herético es quien, en una época en la cual Chile era un Estado confesional, es decir, la propia Constitución Política vigente afirmaba que la República tenía una religión, y que ésta era explícitamente la de la Iglesia Católica, pensaba, declaraba y publicaba algo que se saliera un milímetro de los cánones de respeto hacia la curia romana. Es lo que hizo nuestro cuasi sacerdote, que intentó serlo, pero no llegó a consumarlo, paradójicamente, por la guía de su tío sacerdote. En cambio, Pedro Antonio fue enviado por este mismo pariente a estudiar Leyes a Santiago. Al parecer, su tío no hizo más que precipitarlo a su destino de artista intransable, retratado cien veces con sus originales manuscritos contenidos en rotundas hojas sucias bajo el brazo.

 

Y he aquí el regio producto de un hereje, que compuso este verdadero romance (relato hecho poesía, que ya hemos tratado en una de nuestras anteriores columnas) acerca de un monje que, por alejarse de la visión recurrente, imaginaria o real, de una mujer tan fatalmente bella como rubia que lo acosaba, huye hacia un pueblo costero donde toma el puesto de un viejo cura, desde cuya parroquia debe casar a una pareja, cuya novia es la encarnación de su mujer fatal. De autobiografía ha de tener mucho esta frecuentemente mencionada creación de Pedro Antonio. Vamos a por un trozo de esta historia.

 

 

 

 

 

 

 

El Monje (fragmento)


 

 

¿Por qué, por qué, sin fe para el combate,
el alma alada que a la cumbre vuela,
olvida que es espíritu y se abate
cuando la frágil carne se rebela?
¡por qué ludibrio de borrasca loca
la conciencia vacila y gime y calla
cuando el brutal instinto la provoca
a sostener con él recia batalla!
¿Qué hondo misterio es el que el hombre ¡encierra,
que el cuerpo vence al alma en el gran duelo,
siendo el cuerpo una sombra de la tierra,
siendo el alma un relámpago del cielo?

 

 

Avanzan al altar, con pie seguro
y reflejando en la pupila el cielo,
un apuesto doncel de traje obscuro
y una niña gentil  blanco velo.
El monje los contempla un corto instante
con el hondo y supremo paroxismo
de quien se ve de súbito delante
de la inmensa pendiente de un abismo.
En la diáfana tez de nieve  y rosa,
y los bucles aurinos y sedeños,
y el talle de palmera de la esposa,
él descubre a la virgen de sus sueños.
En su fatal, desgarradora cuita,
en vano, en vano en su interior batalla
a con el volcán de su pasión que grita,
con el volcán de su pasión que estalla.

 

 

Yo te saludo, ¡oh emanación del poto!
Augusto prisionero
que llegas a golpear el agujero
con vivísimas ansias de lo ignoto.

 


 

¿Dónde plasmaría estas palabras el maestro González? ¿Las escribiría, tal vez, en el legendario "Quitapenas" de calle Recoleta, frente a la ciudad de los muertos, que fue su biblioteca, comedor, bebedero y dormitorio de trasnoche?

 

Y ya que estamos a la altura de la necrópolis santiaguina, me pregunto: ¿cuándo, maestro Pedro Antonio González, te dejarás ver por mí, cuándo me mostrarás dónde está "el nicho helado donde los hombres te pusieron"?

 

 

 

Por último, y para que quede gusto a poco, como siempre debe suceder con lo excelso de esta vida, les dejamos con una muestra de que lo popular vive en Pedro Antonio, en la ágil versificación que sigue, en la forma de una recitación simple y fluyente de un cuento en verso, o como el canto grácil y bailarín de un juego de infantes, pero con el contenido autobiográfico de, muy probablemente, tantos día y noches de abandono y soledad, de vivir de mendrugos, de beber vinos "sonrisa de tigre", como dicen los que saben, y de andar por el mundo con el alma hecha una sombra antes de perder su carne, que dejó, para bien de sus dolores y para mal de sus compatriotas, en la Sala San Carlos del santiaguino hospital San Vicente de Paul.

 

Humanidad (fragmento)


 

 

Gime un mendigo

bajo tu puerta.

Dale a tu amigo

tu mano abierta

 

 

Dale un mendrugo

que en su camino

endulce el yugo

de su destino.

 

Dale un consuelo

para que entienda

que hay bajo el cielo

quien lo comprenda

 

 

No alces el velo.

Guarda su nombre.

Es tu gemelo

porque es un hombre.

 

Pon en su mano

tu mismo abrigo,

porque es tu hermano

más que un amigo.

 

 

 

 

 

Y para el recuerdo imperecedero de un gran maestro, creo que éste es el verdadero epitafio, escrito por su propia mano y que habría querido llevar en su lápida, dado al mundo en sus últimas horas, antes de entrar a la luz eterna:

 

 

Asteroides XXXIX


 

Siento que mi pupila ya se apaga

bajo una sombra misteriosa y vaga

Quizá cuando la luna se alce incierta

yo esté ya lejos de la luz que vierta

Quizá cuando la noche ya se vaya

ni un rastro haya de mí sobre la playa.

Parece que mi espíritu sintiera

las recónditas voces de otra esfera.

No sé quién de este mundo al fin me llama

De este mundo que no amo y que no me ama.

 


 
     
 

 

 


 

 

 

Bibliografía y Referencias.

 

González, Pedro Antonio. Ritmos. Santiago: Imp. Cervantes, 1895.

 

-------------------------------. Sus mejores poemas. Santiago: Nascimento, 1927.

 

Nómez, Naín. "La poesía chilena del novecientos y el sujeto moderno". En Literatura y Lingüística [online]. 1997, n.10, pp. 105-121.

 

Silva Castro, Raúl. "Pedro Antonio González", en Estampas y ensayos. México: Fondo de Cultura Económica, 1968.

 

Urzúa, Domingo (ed.). Poetas chilenos. Santiago: Imp. Universitaria, 1902.

 

http://fabiopower.blogspot.com/2006/10/la-huella-de-pedro-antonio-gonzlez.html