P E Q U E Ñ O S   E N C U E N T R O S

C O N   G O N Z A L O   M I L L Á N


p o r   A l e x i s   F i g u e r o a

 

 

 

Alexis Figueroa (Concepción, Chile, 1956) poeta de la generación del ochenta. Ha sido editor de importantes revistas literarias como Piel de leopardo, Posdata y Tantalia. Su primer libro de poesía Vírgenes del Sol Inn Cabaret, fue galardonado con el Premio “Casa de las Américas” (La Habana, Cuba, 1986).


 

 

 

 

 

Gonzalo Millán, Gonzalo Millán.  ¿Quién es Gonzalo Millán?  En esos tiempos era alguien que no conocía.  Comenzaba a ser escritor, comenzaba a escribir poesía.  Comenzaba a interesarme en la literatura.  Me reunía con Juan Zapata, con Harris, en su casa de Chiguayante.  Participaba en el ADA, que se juntaba en la Agech.  El ADA, o la asociación democrática de artistas de Concepción, en la que participaron una larga, muy larga lista de artistas, de todos los géneros.  Y la Agech, "Agrupación gremial de educadores de Chile", que nos prestaba el espacio.  Allí, en un auditorio pequeño, que antes fuese la sala plenaria de la radio Simón Bolívar –la radio del PC Concepción- conocí a Gonzalo Millán.  ¿O sería en la sala Lessing, del Instituto Chileno Alemán de cultura? ¿Sería en una actividad propiciada por la incipiente revista Posdata?  No recuerdo muy bien.  Posdata, con sus 6 números fue una revista, sino esencial, importante en el mantenimiento del panorama poético en Chile, durante esos años.  No recuerdo muy bien.  Pero sí recuerdo a Millán, leyendo en la sala –era un día de i8nvierno supongo, pues recuerdo la tarde, oscura y helada- fragmentos, poemas de un libro que acababa de publicar.  Lo había editado José Paredes, en su sello.  Seudónimos de la muerte, así se llamaba.  Imagino entonces que era por el '85.  Fuimos tras el recital, junto con Harris y otros al Nuria.  Al antiguo Nuria de Concepción.  Un lugar ya desaparecido, atendido por meseras orondas, entre las cuales se destaca la Moby Dick.  La especialidad de la casa, grandes jarros de schop, que iban mezclando desenfadadamente con agua a medida del progreso de la borrachera de los participantes.  Ese fue mi primer contacto con el poeta de La ciudad. Un contacto rápido, informal y algo equívoco, pues en la conversación insistí en un monstruoso error, al referirme a su libro como Sonetos de la muerte una y otra vez… y cada vez, Millán me miraba con expresión de infinita paciencia y decía: "No Alexis, no es sonetos, es Seudónimos de la muerte, el otro es un texto de Gabriela Mistral".  Disculpad, fue la edad.  Glup.  Y así pasó el tiempo.  Por ahí hablaban del "objetivismo" de Gonzalo Millán.  Por allá hablaban de su poema "El automóvil".  Por acá hablaban del poeta de "Arúspice" revista editada en los ’70 al alero de la Universidad de Concepción.  También mencionaban "El espíritu del valle", su revista fundada tras regresar del exilio.  Allá se escuchaba sobre la "visualidad" de Gonzalo Millán; acá de lo "hermético y constructivista".  Para mí, y conforme adentraba lecturas, se me aparecía como un poeta desolado, de un minimalismo barroco, en que se vislumbraban crisis ocultas respecto del lenguaje, una desconfianza sonriente de su aparataje, una hosquedad vitalista respecto de la misma escritura.  Se hablaba también del Millán atraído por lo pictográfico, de su impronta visual.  Después pasaron los años y terminé en Santiago, esta vez como parte de la aventura editorial de Piel de Leopardo, junto a Jesús Sepúlveda, Guillermo Valenzuela, Víctor Hugo Díaz, Jaime Lizama, etc…  Fue para el tercer o cuarto número, que decidimos entrevistar a Gonzalo, y la entrevista la hizo Jesús, en un departamento cercano a la plaza Ñuñoa.  Recuerdo la foto que acompañaba el texto: Millán está posando semi sentado contra un fondo blanco como de papel oriental.  Algunos toques de tallos tipo ikebana.  En la mano sostiene un cigarro, parece un sensei

 

 

 

 La entrevista hube de transcribirla yo.  Y como en partes no escuchaba muy bien, pasé días consultándole por una u otra palabra, intentando aclarar los fonemas.  Recuerdo que hizo algunas referencias a Radio Moscú, a cómo habían leído sus poemas en esa emisora, recuerdo también que tras un par de días, llamó, para pedirme que eliminara esa parte de la transcripción.  Así lo hice y se editó en la revista.  Una entrevista extensa, para la cual Gonzalo nos proporcionó material visual propio: tarjetas, rectángulos de cartulina, fichas de biblioteca rayadas, dibujadas, estampadas con lo que él llamaba "mi proyecto visual".  La verdad, nada me gustó mucho, pero lo entendí como un signo del malestar de Millán respecto al lenguaje poético, escrito, inscrito en el abecedario, en sus significantes.  Tal como dice por ahí: "uno como poeta, se encuentra al trabajar con el lenguaje, con demasiados contenidos implícitos, con demasiadas connotaciones culturales, etimológicas, lingüísticas, ideológicas…estas connotaciones, en muchos casos, son restrictivas para la creación".  Extraño, pero esperado juicio en boca del hombre que no comprendió mayormente el arte de Juan Luís Martínez, pues, es precisamente quien podría haberle iluminado: "Recuerda poeta, tu destino es hablar en pajarístico, para así estar libre de toda presión".  Creo asimismo que Sogol, el perrito, habría sido un travieso y buen compañero de Gonzalo Millán.  Pasó el tiempo.  Gonzalo, en Santiago, hacía talleres de autobiografía.  En ellos los talleristas se dedicaban a incursionar, develar y narrar su pasado.  Tras el fin de la Piel de Leopardo, yo seguí en Santiago, rebotando de aquí para allá.  Santiago es una ciudad en que puedes pasar rebotando toda tu vida, si no te das cuenta y menos si no sabes frenar.  Poco después del 2000, junto al poeta Horacio Eloy, encaramos un nuevo proyecto.  Por aquel entonces los lunes yo visitaba la Sech.  Refugiados en el subterráneo López Velarde, nos juntábamos Mement, Juan Pablo del Río, Horacio Eloy, a veces Guillermo Valenzuela, y otros cuyos nombres se escapan.  Les dábamos duro a las cajas de vino, nada de mucho glamur.  Así, junto a Horacio nos vimos armando un proyecto: "Palabra en el aire, exposición de revistas editadas en dictadura".  El caso es que nos fue muy bien.  Terminamos con una gran exposición en la Biblioteca Nacional, y con una lectura de cierre en la antigua sala de la Fech en la Alameda, cerca del Gabriela Mistral.  Recuerdo haber invitado a la Elvira Hernández a leer.  También a Memet.  Y como perla, a Gonzalo Millán.  Recuerdo el cocktail "artesanal" brindado, recuerdo las 5 chuicas de vino –tres tintos, dos blancos- con que hicimos dos ponches majestuosos para la concurrencia.  Recuerdo también, que la concurrencia acabó con todo rastro de menestra líquida.  Recuerdo después la mesa de un bar, en donde estaba Elvira, Guille Valenzuela, Memet, yo, Millán.  Nuestro poeta se veía feliz.  Alegre.  Ingenioso.  Tan contento como puede estarlo un gran caracol.  Después, por largo tiempo nada supe de él.  Yo, volví a Concepción.  Por ahí supe de sus publicaciones, por ahí conocí Claroscuro que me pareció y me parece un libro excepcional.  Por ahí también supe de su salud, por ahí supe de la aceptación de su cáncer, y de su voluntad de fumar.  Por aquí imagino un recorte de sus propios versos para colocar en su tumba:

 

 

 

"Y después de ir con los ojos cerrados

por la oscuridad que nos lleva,

abrir los ojos y ver

la oscuridad que nos lleva,

abrir los ojos y ver la oscuridad que nos lleva

con los ojos abiertos y cerrar los ojos

se cierra el poema"

 

Millán, alma esquiva y sutil.  1947 – 2006.  Escribió Relación personal (1968), La ciudad (1979), Dragón que se muerde la cola (1987), Seudónimos de la muerte (1987), Vida (1987), 5 poemas eróticos (1990), Strange houses (1991)¸Trece lunas (1997) y  Claroscuro en el 2002.  Tal como Alicia en su sueño, tuvo siempre en sus manos la seta de las maravillas, con sus opuestas alternativas: un lado te hará escribir, el otro te callará.  Dejó así su huella de letras, una poesía que crece y se hace, a pesar de mirar de reojo al lenguaje que encarna a su propia escritura.

 

Concepción, octubre de 2010.

 

 

Este artículo fue publicado por primera vez en la revista Trilce, n° 29, diciembre de 2010.