E U S E B I O   L I L L O   R O B L E S   ( 1 8 2 6 - 1 9 1 0 )

El poeta de las flores, las mujeres

         y el cantor de la sociedad de la igualdad


p o r   E u g e n i o   B a s t í a s   C a n t u a r i a s

 

 

 

 

Eugenio Bastías Cantuarias es Diplomado en Gestión Cultural, músico, escritor y miembro de la Sección Folclore dependiente de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía.

 


 

 

 

Terminados los dolores de parto del nacimiento de esta República, que ahora espera –y esperamos nosotros con ella- otros hijos que podrían llamarse: educación pública gratuita, salud pública decente, vivienda social para seres humanos -y quizá qué otros hijos más podría dar a luz esta mamadre de tantos poetas- volvemos la mirada a un tiempo imbuido por vidas anchas de horizontes, buscando las vivencias a fondo, llenas de pasión y entrega por una causa. Es el Chile tantas veces idealizado en algunos círculos, aquél de las exportaciones millonarias de trigo a los epicentros de la fiebre del oro, de la salida de rotos y no tanto a la aventura de los siete mares, sin contar las consabidas manifestaciones del discurso patriotero basado en las supuestas virtudes guerreras y conquistadoras de este pueblo. Tal vez son algunas líneas, como breves brochazos gruesos que pudiesen trazar el retrato de Eusebio Lillo Robles, nacido en una familia que hoy podríamos llamar de clase media, que en su tiempo se llamó de medio pelo, palabrejas que llegaron a nosotros por pluma y estro de un tal Blest Gana.

Lillo se nos ha presentado de varias formas en nuestras vidas. La primera, cada rigurosa y fría mañana de lunes en que cantamos nuestro Himno Nacional, estrofa "de los valientes soldados" incluida, tiritando bajo el helado viento en el poco acogedor patio de toda escuela chilena. La segunda, cuando alguna vez tuve la rara ocurrencia de presentar ante mis incultos ojos un cierto libro intitulado "El loco Estero", del ya mencionado Alberto Blest Gana, cuyos exegetas y estudiosos nos aseguran que un personaje muy simpático y combativo que aparece en la tal novela, motejado como el Ñato Díaz, sería la representación de Lillo, a quien el novelista, que se distanciaba por cuatro años de edad de aquél, conoció cerca del hogar de los Blest, ubicado frente al cerro Santa Lucía, promontorio rocoso de mala fama hasta que el Intendente Vicuña Mackenna lo transformara completamente en el paseo citadino que es hoy. Podría mencionar un tercer encuentro con Lillo, toda una serendipia, cuando iba arrastrando mi humanidad por la esquina de las calles Santo Domingo y Chacabuco, Barrio Yungay adentro, flamígero y patrimonial en el viejo Santiago de Chile, momento en que me topé con una gruesa placa de piedra instalada frente a un colegio, la que indicaba que en ese sitio se encontró alguna vez el hogar de Eusebio Lillo, a quien tanto le debía yo por haberme visto en la obligación de cantar todos los santos lunes de mi infancia la letra que se le ocurrió escribir en su puesto de funcionario, allá por la lejana fecha de 1847, mientras el comedido que nunca falta, creía lucirse levantando el pabellón nacional en un viejo mástil descascarado.

 

 

 

Desde el Instituto Nacional, donde completó sus estudios secundarios, comenzó a descubrirse poeta, aunque no hay datos, según uno de sus biógrafos, el crítico Silva Castro, de que participara en sociedad literaria alguna, a contrapelo de lo afirmado por Lastarria, maestro que fue del poeta que nos ocupa en el ya cuasi centenario Instituto, quien, en sus Recuerdos literarios, lo endosa al listado de los alumnos que fue guiado por su docta enseñanza y ejemplo literarios.

Compasivo, bonachón, simpático, carismático y absolutamente comprometido con lo que hoy diríamos "causas sociales" era Lillo, según sus contemporáneos. Muchas calles de este viejo Santiago de Chile lo habrán visto en sus andanzas y conspiraciones. Su papel como periodista, literato y reformador social dio comienzo muy joven, con el impulso de la llamada "Generación de 1842", una revolución cultural, literaria, artística, educativa que ya nos quisiéramos pronto en estos días de incertidumbre y propuestas gubernamentales de altísima mediocridad.

Luego del Instituto Nacional, decidió seguir estudios de Derecho –leyes, era el nombre de la época-, pero no pudo terminar su carrera por alguna razón no aclarada. Lo cierto es que este desvío lo condujo al periodismo, donde desarrolló su espíritu combativo y diríamos revolucionario, publicando artículos mordaces e inteligentes en periódicos de la época, entre 1843 y 1850, tales como El Siglo, El Crepúsculo, El Entre-Acto, la Revista de Santiago, El Progreso, El Timón, La Barra y El Amigo del Pueblo. Allí se combatía con energía el conservadurismo de los antiguos pelucones y los más nuevos nacionales y ultramontanos –reaccionarios vinculados a la iglesia-, todos los que podríamos asimilar en muchos aspectos a ciertos esperpentos chilensis de nuestra política actual, algunos de cuyos sujetos emiten opiniones y parecieran actuar como momias decimonónicas.

 

 

 

La Sociedad de la Igualdad sería el momento culminante de la biografía de nuestro poeta, puesto que fue la instancia político-social más prominente que se levantó contra los gobiernos de los decenios, instalados desde que Portales y los suyos decidieron que este país necesitaba una mano dura como esa. Y luego del fiero combate y virtual agresión física a sus miembros por parte del poder constituido, saqueo de su sede de por medio, el poeta decidió recogerse en su propia intimidad, dedicándose en paralelo a su condición de funcionario público, a algunos negocios que le permitieron vivir holgadamente y, en algún momento, retirarse a la contemplación y la práctica pura del arte. Sólo al comienzo del gobierno del Presidente Balmaceda, y únicamente en virtud de su estrecha amistad con él, accedió a integrar el primer Gabinete Ministerial balmacedista, como Ministro del Interior.

Pero ¿qué hay de su obra?. Dejando de lado la letra de su Himno Nacional, compuesta a la tierna edad de 21 años y sólo como una orden de su jefe directo, el Ministro del Interior del Presidente Bulnes, por la cual no recibió, aparentemente, remuneración alguna, podemos escarbar en las profundidades sensibles de este hombre lleno de carisma y espíritu travieso en el medio siglo decimonónico.

Recurriendo a una buena síntesis crítica esgrimida por el ya mencionado Silva Castro, transcribimos el siguiente juicio acerca de Lillo: "muestra unidad indisoluble entre el poeta, el pensador, el periodista, el hombre público, el galán, ya que todas las vertientes de su carácter y todas las facetas de su existencia moral comparecen cuando se estudia uno solo de aquellos aspectos". Y precisando algo más el juicio entablado por el crítico a su biografiado, y que consideramos bastante decidor del valor de don Eusebio, dice aquel: "no hay audacia en su pluma, ni el estilo posee aquel relieve colorista que tanto se echa de ver en Espronceda, uno de sus ídolos, pero en la línea media de la composición, en las sugerencias de los perfumes, de las sombras crepusculares, de los estados de conciencia indecisos entre la vigilia y el sueño, Lillo es y será por mucho tiempo un maestro en Chile, hasta que estilistas formados al calor de otros principios de escuela, oscurezcan un tanto su nombre".

 

 

 

En su biografía, una de las marcas afectivas de este creador fue la pérdida de su padre a muy temprana edad. Estas líneas recuerdan una escena junto a su progenitor, afectado por una enfermedad que le impedía hablar y moverse:


 

 

Una escena de amor y de amargura

conservo de esas horas: hubo un día

en que, haciendo un esfuerzo sobrehumano,

esa estatua viviente que sufría

lanzó una chispa de sin par ternura.

En lenta bendición alzó la mano

temblorosa, insegura,

y con mágico impulso de cariño

en la cabeza la posó de un niño

sobre el cual cayó acerbo el lloro humano…

Y acaso en esas lágrimas vertidas

expresáronse tiernas despedidas.

Allí también estaba

la solícita madre cariñosa,

de su deber y de su angustia esclava,

y había en su semblante

amor de madre y aflicción de esposa.

 


 

 

 

Y vamos a echarle una ojeada al mayor placer del poeta, hecho de sombra, sueño y luna, pero ante todo, de mujer:

 

 

 

Retrato (fragmento)

 

El encanto de veinte primaveras

aquella hermosa con vigor lucía,

algo gentil de jóvenes palmeras

en su porte elegante aparecía.

Rodeábala cual don de otras esferas

el fluido que se llama simpatía,

y con esa atracción todos al verla

de Concepción la apellidaron perla.

 

Cuerpo airoso de móvil estructura,

seguro de su marcha, franco, erguido,

llevando gentileza en la cintura

y senos que al placer ofrecen nido,

manos carnosas de fina hechura,

dignas de murillesco colorido,

y un pie que rivaliza con la mano,

pie que provoca amor, pie sevillano.

 


 
 

 

 

Y otra creación que está al centro del romanticismo de todo el medio siglo XIX:

 

 

 

Loco de amor (fragmento)

 

Fuego de juventud, vuelve a mi mente,

y sienta con tu ardor el alma mía

la inspiración ardiente

que fecunda la grata poesía.

La inquieta duda y el pesar amargo,

con soporosa influencia

mi mente hundieron en fatal letargo.

Hoy el amor renace mi existencia,

hoy a mi lira abandonada vuelvo,

y a mis primeros sones

brotan del corazón las ilusiones

y mi "Loco de Amor" seguir resuelvo.

 

Pasaron ¡ay! Con rápida carrera

los años del placer y del encanto,

y el corazón que en otros tiempos era

foco de grato amor, hoy lo es de llanto.

 

Tristes memorias de la edad perdida,

tristes recuerdos del amor pasado,

dejadme en paz…Mi corazón olvida

y a volver a sentir se lanza osado.

 

Y tú, esperanza mía,

imagen amorosa, fuente pura

en donde bebo amor y poesía:

si al través de tus labios delicados

pasan mis pobres versos, si en tu mente,

más felices que yo, se ven grabados,

piensa que son los hijos de la ardiente

pasión que me inspiraste, y que mis cantos

sólo tuyos serán mientras aliente

bajo el grato poder de tus encantos.

 


 

 

 

 

 

A estas alturas de su trayecto vital no comparecía el joven amable, alegre y hasta sarcástico que alguna vez cruzó su destino con su amigo Alberto, el futuro novelista hijo del doctor Blest en el misterioso barrio de la calle San Francisco esquina de la Alameda, donde se podía hallar un bolsón de oscuridad peligrosa, señalada por alguna animita alumbrada por tal cual velón de sebo colocado en la muralla trasera de la iglesia de San Francisco, paredón de homenaje a asesinados a cuchillo en el ahora pleno centro de Santiago. Pero el joven e irreverente Lillo, al pasar por allí con destino a su pensión de estudiante, sita en la segunda cuadra de la calle San Francisco, tomaba una vela prestada de la ánima para llevársela a su cuarto y poder estudiar sus materias legislativas, cuya posibilidad de iluminarse causaba la envidia de sus compañeros pensionistas.

 

Pero ya en la madurez la suerte estaba echada para el espíritu del poeta encerrado en sus dominios hogareños del amable Barrio Yungay, contemplando su gran colección pictórica y olvidando las desilusiones de la vida pública.

 

 

 
 

 

Yo me voy (fragmento)

 

Sometido al infortunio,

sigo triste mi camino

ya que un mísero destino

a sufrir me condenó.

Me separo cuando el alma

en tu amor violenta ardía:

Yo me voy, Regina mía;

Yo me voy, el alma, no.

 

Mis caricias ardorosas

Te dirán cuánto te adoro,

y en las lágrimas que lloro

mi dolor comprenderás.

De las horas de ventura

que hoy quizá por siempre pierdo…

viviré con el recuerdo

Y tú acaso olvidarás.

 


 

 

Este poeta, que a los 21 años de su corta edad se vio en el caso de componer una nueva letra del Himno Nacional de su patria, nos debe hacer reflexionar acerca de cuál es el lugar de los jóvenes en nuestra sociedad y qué nos están diciendo y revelando a través de su paso por las calles. ¿Nosotros mismos, sabíamos cuál era nuestro lugar, dimos lo suficiente para creer que era lo máximo que podíamos entregar?

 

 

 

 

Casona en la esquina de Herrera y Santo Domingo, cercana al sitio donde vivió Lillo.  Una tradición sin confirmar cuenta que aquí pudo nacer el Presidente José Manuel Balmaceda.

 


 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Lillo, Eusebio. Poesías. Santiago: Nascimento, 1923

Silva Castro, Raúl. Eusebio Lillo (1826-1910). Santiago: Ed. Andrés Bello, 1964