La soledad del exilio:

marginalidad y aislamiento en la literatura latinocanadiense

por Hugh Hazelton.

 

Hugh Hazelton, es poeta y profesor en la Concordia University en Quebec, Canadá.  Ha especializado sus estudios en Literatura Hispanoamericana - Literatura Comparada.  Tiene publicados numerosos libros sobre este tema y, además de su obra personal, ha realizado la traducción de los trabajos de diversos autores de habla hispana.

 

 

             La literatura latinocanadiense es, por definición, un cuerpo de escritos de autores que han tenido que dejar su país de origen, sea por razones políticas o económicas.  Como ramo del árbol literario latinoamericano cortado, entonces, e injerta en el arce canadiense, no es para sorprenderse que el exilio sea una de sus características definitivas.  El autor que llega de un allá para instalarse en un acá siempre va a sentirse literalmente desarraigado, transplantado, un ser intermedio que, al volver a su patria  años después, se dará cuenta que tampoco realmente es de allá ahora, porque el allá habrá cambiado irremediablemente en su ausencia, y el acá habría entrado en su alma.  Terminará como el sujeto de la canción gauchesca "No soy de aquí ni soy de allá": un ser apátrida, nómada, que vive permanentemente entre culturas.  Pero finalmente superará la metáfora del injerto, que tiene que vivir de la savia del árbol principal sin afectarlo, para transformarse más bien en un ser híbrido, que contiene aspectos de ambas —o muchas— culturas, y que se reproduce así.

 

            El modelo de inmigración latinocanadiense es uno de olas sucesivas de exiliados y refugiados políticos, acompañadas por una corriente constante de inmigrantes individuales, que se podrían llamar también exiliados económicos en el sentido de que han tenido que dejar su país de origen para buscar una nueva vida.  La inmigración latinoamericana a Canadá comenzó tarde, después de la serie de golpes de estado militares a comienzos de los años setenta, con la llegada de los refugiados y exiliados chilenos, seguidos pocos años después por argentinos, uruguayos y, a través de las décadas, por salvadoreños, guatemaltecos, peruanos, mexicanos, colombianos y ciudadanos de todos los países donde hubo intervenciones militares o represión política.  Para estos recién llegados, Canadá representaba un país de asilo, pero un país con el cual la vasta mayoría no sentía ningún vínculo cultural; además, dentro de la cuantiosa inmigración a Canadá de todos los países del mundo, los 250.000 hispanohablantes —menos del uno por ciento de la población latina de Estados Unidos— sólo constituyen un grupo étnico-lingüístico entre muchos otros ("Mother Tongue").  Un efecto de estas circunstancias ha sido el relativamente alto índice de integración entre los inmigrantes hispanohablantes de los varios países, lo que hace que los escritores salgan de su medio nacional y se mezclen entre ellos —salvadoreños con chilenos, colombianos con argentinos, mexicanos con dominicanos— lo que ha enriquecido fuertemente el ambiente literario latinoamericano de Canadá.

 

            La experiencia latinocanadiense ha sido bastante diferente de la de los hispanos de Estados Unidos, especialmente de la de los chicanos, cuyos antepasados ya estaban bien arraigados en el sudoeste del país antes de que Estados Unidos tomara posesión del territorio después de la guerra con México en 1848.  Los chicanos y los puertorriqueños viven en su propio hogar en una tierra ocupada por el Coloso del Norte; la presencia hispánica precede la conquista estadounidense y la comunidad hispanohablante, que cuenta con unos 40 millones de personas ahora ("Fact Sheet"), es una nación (aunque extremadamente diversa) dentro de otra.  Con la red cultural de apoyo hispánico, que incluye cadenas de televisión, diarios a gran tiraje y editoriales literarios como Arte Público, con casi trescientos títulos en español e inglés, el latinoamericano de Estados Unidos —aunque tal vez sienta la opresión del Estado más que el de  Canadá— forma parte de una comunidad lingüística mucho más sólida.  Irónicamente, es el tamaño de los varios bloques de hispanos en Estados Unidos —3 millones de puertorriqueños, 20 millones de chicanos, etc.— que los separan a veces mucho más que en Canadá, porque el hecho de tener tantos paisanos no alienta la búsqueda de nuevas amistades más allá de la comunidad particular.

 

            Típicamente, la primera década de la vida de un autor latinoamericano en Canadá es marcada por una orientación casi total hacia el país de origen y su indiferencia rotunda al nuevo.  El autor vive en el exilio, con pocos vínculos al país de adopción pero con una visión muy integrada —aunque cruelmente truncada— de su país de origen; vive físicamente en el nuevo ambiente pero mentalmente en el antiguo.  Algunos, como el cuentista chileno Hernán Barrios, comienzan a alejarse del apego al viejo país antes que otros: el primer libro de cuentos de Barrios, Landed Immigrant (el título es en inglés), junta relatos sobre la nostalgia por el país perdido y el deseo de volver a la patria a cuentos ambientados en Canadá con personajes latinos que se integran a la realidad norteña.  En uno de ellos, "Las noctilucas", un padre de origen chileno que vuelve con sus hijos a Montreal después de las vacaciones al lado del mar en el estado de Maine, se maravilla de que el mismo plancton fosforescente que conoció en Chile cuando era niño exista en el mar del norte y, efectivamente, se ha secado sobre su brazo y barba y luego ha comenzado a brillar en la noche mientras conduce.  Sus hijos, que él consideraba más canadienses que chilenos, están encantados con esta luz verdosa, y el protagonista se da cuenta de que los minúsculos organismos sirven de puente entre las dos realidades, disminuyendo su alienación y soledad.

 

            En contraste con esta aceptación de la dualidad, Alberto Kurapel, un cantautor, poeta y dramaturgo chileno también residente por muchos años en Montreal, convirtió el exilio en la metáfora principal de su extensa obra.  Curiosamente, aunque Kurapel logró adaptarse con mucho más éxito que Barrios al mundo literario quebequense, consiguiendo financiamiento, público e interés crítico en su obra tanto en Quebec como en el Canadá inglés, se concentra en la lucha por liberar la patria (en sus discos) y luego en la enajenación y aislamiento intrínsecos del exiliado.  En sus escritos siguientes, de fuerte estampa experimental y vanguardista (sobre todo de la influencia de Artaud y Brecht), —como el poemario bilingüe Correo de exilio/Courrier d'exil o la obra teatral Carta de ajuste—, el exilio se convierte en símbolo universal de la soledad existencial del ser humano, marginado y cortado de todo, incluso de él mismo.  Kurapel, que volvió a Chile en 1997, rechazó firmemente la posibilidad de la integración a todo tipo de sociedad salvo (en sus primeras obras) la revolucionaria; hasta su grupo de teatro se llamaba "La Compagnie des Arts Exilio".

 

            Varios autores han elegido senderos artísticos que simplemente no pasan por un examen del exilio, aunque ellos mismos vivan en el extranjero.  Algunos, como el novelista mexicano Gilberto Flores Patiño, siguen ambientando sus escritos dentro de su país natal: la totalidad de la obra de este prosista bastante prolífico y conocido en las letras quebequenses, transcurre en México —a pesar de los más de veinte años que él ha pasado en Montreal—.  Sin embargo, la influencia del exilio puede infiltrarse en este tipo de obra también.  La cuarta novela de Flores Patiño, Esteban el centauro (que se considera su mayor éxito artístico y popular), es la historia —narrada en primera persona— de un muchacho de ocho años, hijo de padres norteamericanos, que vive con su madre, una pintora, en el pueblo mexicano de San Miguel de Allende; no sabe prácticamente nada —ni el nombre— de su padre, y su madre piensa más en aliviar su propia soledad con una serie de amantes (uno de los cuales la mata) que en dedicarse a su hijo.  Pero aunque sus padres son del Norte, Esteban se identifica fuertemente con el ambiente en que ha sido criado y se siente profundamente mexicano; es inmigrante, igual que Flores Patiño él mismo cuando escribió esta novela en Montreal en los años ochenta.

 

            En contraste con Patiño, otros autores, influidos por una militancia social más profunda, que les fue interrumpida precisamente por los regímenes que los forzaron a salir de su patria, siguen denunciando el autoritarismo de su propio país y luego adaptan su discurso político al país adoptivo.  Alfredo Lavergne, por ejemplo, un poeta chileno que ha vivido en Quebec y Ontario, dirige buena cantidad de la primera parte de su obra de doce volúmenes a la injusticia social específicamente canadiense, sobre todo en la fábrica montrealense de General Motors donde trabajaba.  No obstante, en sus últimas obras Lavergne ha comenzado a proyectar su perenne militancia hacia el dilema del exilio, tanto cómica como muy seriamente.  En el poema "Y en la radio...Marjo cantaba" un inmigrante latinoamericano hace el amor con una joven quebequense, intentando así superar su aislamiento; su última reflexión es que "en una de las gotas de la eyaculación/ sentí el timbre tan deseado/ de emigrante recibido" (Ese José y esas Marys 9).  Asimismo, su libro El puente, publicado en 1995, consta de una serie de poemas mucho más extensa sobre el exilio, en que el hablante, un artista y escritor él mismo, parte de su país adoptivo para emprender un viaje de vuelta al país de origen, sin nunca encontrar un espacio físico o sicológico verdaderamente suyo, pues después de haber pasado años fuera de su tierra natal, se da cuenta de que él también es forastero cuando regresa allá.  El puente que transciende la angustia del exilio es la aceptación filosófica de la soledad esencial de la existencia, poco importa lo que suceda; en el poema final el hablante concluye que todos los habitantes de las Américas son "transterrados", un neologismo que implica tanto el desarraigo como la búsqueda de nuevos territorios.  Al cruzar ese puente, el viaje se termina, pues el exiliado habrá descubierto adónde pertenece.  La verdadera patria reside en su fuero interior.

 

            Una autora chilena de Vancouver, Carmen Rodríguez, ha escrito muy precisamente sobre la angustia y la aceptación del exilio, tanto en su vida artística como en su ficción.  Rodríguez, quien inmigró a Canadá después del golpe de estado en Chile en 1973, tiene una larga afinidad con el idioma y la literatura ingleses.  Se especializó en el inglés en sus estudios universitarios en Santiago y lo ha enseñado en Chile, Bolivia y Argentina; en Canadá ha trabajado en proyectos de alfabetización adulta y en el comité de redacción de la revista bilingüe Aquelarre, que se concentraba en la condición femenina en las Américas.  Además, Rodríguez escribe y publica en ambos idiomas, sacando "versiones" (pero no traducciones directas) de sus poemas y cuentos en español e inglés.  Su poemario Guerra prolongada/Protracted War, que salió en Toronto en 1992, fue en edición bilingüe, y su colección de cuentos fue publicado primero en español en Santiago de Chile en 1997 bajo el título De cuerpo entero y luego en inglés en Vancouver unos meses más tarde como And a Body to Remember with.  Rodríguez comenta que: "[...] en los últimos diez años he movido de chilena a chileno-guión-canadiense.  Vivo aquí, trabajo aquí, lucho aquí, escribo aquí.  [...]  Pero no puedo olvidar de donde soy.  Mi corazón vive aquí también, pero siempre mira al sur.  Por eso he llegado a la conclusión de que vivo en un guión" ("I Live in a Language" 211; la traducción del inglés es la mía).

 

            En su ficción, sin embargo, Rodríguez tiene varios cuentos que tratan del enigma del exilio y de la pasión abrumadora de volver a la patria con una fuerza que no deja lugar a guiones.  El más fuerte de ellos, "Agujero negro", analiza la ambigüedad que subyace la decisión de una pareja chilena de inmigrar al Canadá, un país que para ellos no tiene casi ninguna resonancia: un lugar vacío en su imaginario que los ha aceptado como refugiados cuando el marido, un prisionero político, salió de la cárcel.  Estela, la esposa, siempre identifica unas imágenes nórdicas que había visto en algún número atrasado de National Geographic con Canadá, para luego preguntarse si no fuera Suiza.  El cuento incluye varios diálogos entre la madre de Estela, que se queda en Chile, y ella.  Hacia el final, la madre interrumpe una visita a su hija y su familia abruptamente y regresa a Chile, de donde le escribe:

 

                        Siento una pena muy honda, la gente no entiende el significado de la palabra "exilio".  El pelo de Manuel, totalmente blanco, y el dolor que tú llevas en los ojos, hija, no quise decirte nada cuando estuve allá, pero no puedo guardármelo más. [...]  Te ves bien, pero tus ojos están tan tristes.  Yo te conozco, Estela, por algo eres mi hija, y sé que algo murió adentro tuyo. (59-60)

 

Y cuando, seis años más tarde, la madre llama a Vancouver para darles la buena noticia de que ni Estela ni su marido figuran más en la lista negra de los militares, Estela empieza a volver a su chilenidad, recuperando las costumbres y los ritos de su juventud y soñando por la noche que camina por lugares oníricos que mezclan las playas chilenas con las calles de Vancouver, hasta una noche en que sueña que se encuentra repentinamente rodeada por agujeros negros y que cae de espaldas dentro de uno de ellos:

 

                        [...] sin tener de qué agarrarse, ni una cara, ni un tulipán, ni una montaña, porque las efímeras imágenes que se le aparecían se borroneaban al instante transformándose en más y más negrura.  Gritó desesperada con los brazos y las manos extendidas.  Al darse cuenta de que estaba rodeada por la nada, quiso abrazar su propio cuerpo, sólo que entonces se dio cuenta de que su cuerpo era el agujero y el agujero era ella.  Lo único nítido en medio de la negrura total fue su voz, atrapada ahora en su garganta, tratando de recordar cómo se pide auxilio... pero, ¿en qué idioma? (67)

 

Todas las contradicciones que ella reprimía por tantos años —pero que su madre había notado inmediatamente—, le vienen encima en un apoteosis de angustia e inseguridad y la dejan sola, una náufraga en ninguna parte.

 

            Existe un paralelo curioso entre lo que sueña Estela y lo que vive el narrador fracasado de la novela Cobro revertido, de Leandro Urbina, un escritor y editor chileno que se ha radicado en Ottawa.  La historia de esta obra  —que ganó el premio de la Novela del Año del Consejo Nacional del Libro de Chile en 1992— transcurre en un sólo día en Montreal; el narrador, "el sociólogo" (título irónico, porque ha abandonado sus estudios) acaba de enterarse de la muerte de su madre y se prepara a volver a los funerales en Chile, pero nunca logra salir de la ciudad.  El regreso a su tierra se realiza en la imaginación del protagonista, lo que no disminuye el impacto del drama interior mientras él intenta hacer frente a las obsesiones y los sentimientos confusos que Chile le inspire.  En vez de encontrar —o incluso buscar— alguna visión de integridad o de una nueva integración psíquica por el abandono del exilio y el regreso a la patria, la posibilidad misma de volver a Chile le produce tanto un miedo espantoso como una atracción irresistible; y, en lugar de ofrecerle una serie de recuerdos heterogéneos, sus pensamientos se clavan en la imagen de su madre.

 

         El narrador de Cobro revertido es un personaje cosmopolita e instruido que ha desarrollado el hábito de pensar y recordar en varios idiomas, específicamente los de las personas importantes de su vida: el inglés de su ex mujer, Megan; el francés de Marcia, su compañera quebequense; y el portugués de su amigo João, un coinquilino angoleño.  Pero el sociólogo es un marginal.  Claro que ha mantenido su sentido de humor, su manera impulsiva, su espontaneidad anárquica, y por eso tal vez ha tenido tanta suerte en el amor, pero su vida de exiliado carece desesperadamente de dirección.  Su militancia política se ha convertido en un recuerdo rígido e impracticable frente a la ajena realidad quebequense; sus estudios y carrera se han estancado; se gana la vida en una serie de trabajillos manuales —cuando se encuentren—; debe plata a medio mundo; y se refugia en un silencio pasivo, en el alcoholismo y en un sinfín de aventuras eróticas vacías.  Es un hombre que huye de sí mismo.

 

            Pero esta huida tampoco se expresa por un deseo de salvarse del exilio y de regresar a la patria.  El trauma que él experimentó en Chile fue demasiado fuerte para que su país natal le ejerciera una atracción ineludible.  Además, en lugar de evocar el país por una serie de sensaciones, vincula sus sentimientos y recuerdos directamente a su experiencia con la gente; entre ellos, como se puede esperar después de la noticia de su muerte, se destaca la imagen de su madre.  Pero esta vez no se trata de una ex amiga coqueta, sino de una mujer contradictoria de carne y hueso: una mamá que lo mimaba y que le exigía demasiados triunfos en la escuela, que le salvó la vida en el mar y que traicionó a su novia y a su primo después del golpe de estado porque desaprobó su comportamiento; una madre absolutamente dedicada a sus hijos, que murió con su nombre en sus labios, pero que también era una invasora descarada en su vida personal y que opinaba que el régimen militar fue una cosa necesaria.  El sociólogo la recuerda con anhelo y angustia; de cierto modo, ella simboliza la patria y su relación conflictiva con ella, la patria que ama y que lo tomó preso y lo torturó.  Su regreso, que le promete por teléfono a su tío en un arrebato de emoción —y de que luego se arrepiente, considerándolo una promesa impulsiva e irrealista—, es un deber que se impone pero que no quiere cumplir.  Consigue los fondos para el pasaje a Santiago de su ex mujer, que ahora es médica, pero nunca logra ponerse en contacto con Carlos, su agente de viajes, a pesar de verlo varias veces durante el día por el otro lado de la calle o subiendo al metro en dirección opuesta; mientras avanza el día, el dinero para el viaje se gasta en una última juerga con los amigos.  Finalmente, por un exceso de franqueza amorosa, queda apuñalado por un matón celoso, que se revela también ser chileno.  Dejar el exilio para regresar al país de origen le ha resultado imposible, e incluso fatal.

 

            Por último, dos autores latinocanadienses muy diferentes el uno del otro han desarrollado metáforas profundamente ambiguas que expresan el dilema complejo de la aceptación del exilio.  Jorge Etcheverry es un poeta, prosista, crítico y artista visual chileno que se instaló en Ottawa en los años setenta.  Como miembro de la "Escuela de Santiago", un grupo de poetas de vanguardia chilena con una obra y una filosofía literaria ya sentadas antes de venir a Canadá, a Etcheverry le costó adaptarse no solamente a la vida despolitizada y antiséptica del Norte, sino a una tradición literaria completamente ajena, y sobre todo a un estilo anglocanadiense de poesía directa y narrativa, casi documental, muy poco influido por las tendencias surrealistas y experimentales que tanto han marcado la poesía chilena.  Tal vez uno de los resultados de esta marginación literario-cultural ha sido su novela De chácharas y largavistas, publicada en Ottawa en 1993.  El protagonista, Pedro Jorquera, es un exiliado chileno que vive solo en Ottawa y que un día descubre unos excelentes prismáticos aparentemente abandonados en un centro comercial, por los cuales comienza a espiar a su vecina núbil y a querer entrar en su vida.  La metáfora del exiliado totalmente aislado de la sociedad dominante —que sólo puede desempeñar el papel de voyeur dentro de una realidad consumista que él rechaza visceralmente— tiene su complemento en el amigo de Jorquera, Patrick Phillmore, ¡que es un pseudónimo anglocanadiense que Etcheverry usa él mismo para publicar en inglés!

 

            Yvonne Truque, una colombiana que se radicó en Montreal a mediados de los años ochenta y que murió en 2001, encontró una afinidad más estrecha con el Norte, pero reconoció que su calidad de inmigrante siempre le iba a causar cierto dolor.  Autora de tres poemarios bilingües español-francés (traducidos por otras personas), su obra hacia el final de su vida se orientaba mucho más al Norte que al Sur, tal vez porque los años acumulados de experiencia quebequense comenzaban a igualar los años que había vivido en Colombia.  Seguía consciente de la situación dolorosa de su país natal y activa en organizaciones de solidaridad.  "Volver al país de origen después de tantos años —dijo— es de alguna manera ser extranjero en su propia tierra...  Creo que mi país es hoy un recuerdo, una fotografía de infancia que siempre me acompaña con sus sabores, sus músicas y sus colores.  Una raíz entre tantas, un poco debilitada en su 'pertenecer', muy enrabiada en su 'ser', muy enriquecida y afirmada en su 'andar'" (entrevista personal).  A pesar de haber logrado este equilibrio en su vida, la congoja del exilio sigue apareciendo en su obra, muchas veces encarnada en la figura de un niño.  En el poema inédito "La misma estrella", el sujeto exiliado es visitado en sus sueños por un niño pobre, víctima de las guerras latinoamericanas de contrainsurgencia, que busca su calor y protección.  Y en el poema VII, dedicado a su hija, se ve todo el cuestionamiento y pena del inmigrante, poco importa su grado consciente de adaptación:

 

Por ti, vengo de acabar

mi mundo en tu mundo

y separo con maña

un ayer de soledades

voluntarias o impuestas,

deliberadamente

destrozo mi mundo

 

Por ti, crearé indefinidamente

las lunas que deseas en tus manos

la satisfacción de los juegos

nuestros lugares exclusivos

 

Por ti, mi amor es otro

así mañana con el pasar de los años

y llegada la distancia

en tu ilusión de hacerte tú misma

posiblemente

me odies

 

                                    A mi hija Isabelle (33)

 

            El exilio, entonces, aun cuando se acepta, sigue sacando unas emociones tan antitéticas que el exiliado nunca puede realmente encontrar esta fácil afinidad e identificación con el lugar que se supone que la persona nacida y criada en el país debe sentir; la tristeza, el desgarramiento y la soledad forman parte íntegra de su destino.  Pero ni el exiliado o la exiliada, ni las otras personas que se relacionan con él o ella aun cotidianamente se dan cuenta de cuánto este Otro exiliado o emigrado aporta a la nueva realidad y de cuánto el inmigrante, herido por el trauma de irse de su país y calladamente valiente, enriquece culturalmente al nuevo.

 

 

 

 

Obras citadas

 

 

"Fact Sheet". U.S. Census Bureau. http://factfinder.census.gov/servlet

 

"Population by Mother Tongue, 2001 Census". Statistics Canada.  http://www.statcan.ca/english/Pgdb/demo18b.htm

 

 Rodríguez, Carmen. "Agujero negro." De cuerpo entero. Santiago de Chile: Los

            Andes, 1997. 48-67.

 

——. "I Live in a Language that's not Mine." The Other Woman: Women of Colour in Contemporary Canadian Literature. Ed. Makeda Silvera. Toronto: Sister Vision, 1995. 207-218.

 

Truque, Yvonne América. Entrevista personal. Diciembre de 1998.

 

——. Retratos de sombras y Perfiles inconclusos/Portrait d'ombes et Profils inachevés. Montreal: CÉDAH, 1991.