G a b r i e l a   M i s t r a l

E L   P A N   V U E L T O   C A S A

L A   C A S A   H E C H A   A L I M E N T O


p o r   E d m u n d o   M o u r e   R o j a s

 

 

 


Edmundo Moure Rojas es escritor, corrector gramatical y de estilo.  Fue presidente de la Sociedad de Escritores de Chile y se desempeña como Director cultural de Lar Gallego desde 1994.


 

 

 

 

 

Para Gabriela Mistral, la Casa es el Pan, y de ella sólo se menciona en el poema la mesa, la sal, la cerámica… Apenas la referencia de las cuatro paredes y esa puerta que nunca cerraba el indio quechua, pudieran llevarnos a intuir sus espacios… El horno es una boca indefinida que lanza al aire los aromas del pan.

 

Luego, la leve exhortación a compartirlo, en comunión sencilla que nace de las manos que lo parten para que todos coman.  No hay apelación política, sino moral, desde el amor al prójimo, porque el derecho al Pan es tan evidente y tácito como la respiración.

 

El castellano de Gabriela es limpio y castizo, como los cielos y los montes de Elqui.  A mí me gusta y emociona escuchar el poema en lengua gallega, como si fuera el pan que se nos ofrece en la casa de A Touza, porque la palabra pan es también la hogaza, hija del trigo.

 

 


 

 

 

 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
 

 

 

LA CASA

 

La mesa, hijo, está tendida

en blancura quieta de nata,

y en cuatro muros azulea,

dando relumbres, la cerámica.

Ésta es la sal, éste el aceite

y al centro el Pan que casi habla.

Oro más lindo que oro del Pan

no está ni en fruta ni en retama,

y da su olor de espiga y horno

una dicha que nunca sacia.

Lo partimos, hijito, juntos,

con dedos duros y palma blanda,

y tú lo miras asombrado

de tierra negra que da flor blanca.

 

Baja la mano de comer,

que tu madre también la baja.

Los trigos, hijo, son del aire,

y son del sol y de la azada;

pero este Pan “cara de Dios”

no llega a mesas de las casas.

Y si otros niños no lo tienen,

mejor, mi hijo, no lo tocaras,

y no tomarlo mejor sería

con mano y mano avergonzadas.

 

Hijo, el Hambre, cara de mueca,

en remolino gira las parvas,

y se buscan y no se encuentran

el Pan y el hambre corcovada.

Para que lo halle, si ahora entra,

el Pan dejemos hasta mañana;

el fuego ardiendo marque la puerta,

que el indio quechua nunca cerraba,

¡y miremos comer al Hambre,

para dormir con cuerpo y alma!

 

 

 

A CASA

 

A mesa, fillo, está tendida

en brancura quieta de nata,

i en catro muros azurea,

dando relumes, a cerámica.

Este é o sal, este o aceite

e ao centro o Pan que case fala.

Ouro máis lindo que ouro do Pan

non está nin en froita nin en xesta,

e dá o seu arume de espiga e forno

una ledicia que nunca sacia.

Partímolo, filliño, xuntos,

con dedos duros e palma branda,

e ti fítalo asombrado

de terra negra que dá flor branca.

 

Baixa a man de comer,

que a túa nai tamén a baixa.

Os trigos, fillo, son do ar,

e son do sol e da aixada;

pero este Pan “cara de Deus”

non  chega a mesas das casas.

E se outros neno non o teñen,

mellor, o meu fillo, non o tocases,

e non tómalo mellor sería

con man e man avergonzadas.

 

Fillo, a Fame, cara de aceno,

en remuiño xira os feixes,

e búscanse e non se atopan

o Pan e a fame chepuda.

Para que o ache, se agora entra,

o Pan deixemos ata mañá;

o lume ardendo marque a porta,

que o indio quechua nunca pechaba,

e miremos comer á Fame,

para durmir con corpo e alma!

 

 

 

 

 

Gabriela Mistral

(Traducción de Edmundo Moure Rojas)