E L   R O M A N C E R O

L a   p o e s í a   q u e   c u e n t a   c a n t o s   y   c a n t a   c u e n t o s .


p o r   E u g e n i o   B a s t í a s   C a n t u a r i a s

 

 

 

Eugenio Bastías Cantuarias es Diplomado en Gestión Cultural, músico, escritor y miembro de la Sección Folclore dependiente de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía.

 


 

 

En el gran país de la poesía popular nació, creció y sigue perviviendo el romance, heredero de las antiquísimas crónicas y de los cantares de gesta, que dan cuenta del mundo medieval de las grandes hazañas, heroicidades y amor cortés, con el marco de la siete veces centenaria guerra de Reconquista española, que enfrentó la flor de los "Guzmanes" españoles con el moro invasor.

 

En la familia poética de tradición popular hay en Chile y en toda América hispana dos fuertes árboles: la décima Espinela procedente del siglo de oro español, el XVI, y el romance, forma de la poesía cantada o recitada, cuya estrofa toma forma por una corrida larga de versos esencialmente octosílabos, aunque también los hay de seis y siete sílabas, donde los pares riman entre sí en forma generalmente asonante y los impares van libres. Su asunto o temática va de argumentos tan dispersos como las cuestiones pasionales, que llaman tanto la atención en el mundo popular, aventuras peligrosas, propósitos matrimoniales o asuntos novelescos, épicos e históricos. Esencialmente, el romance es un relato poético que ha logrado convivir con formas musicales diversas en Iberoamérica, ha sido traspasado oralmente al Nuevo Mundo desde el momento mismo del descubrimiento y la primigenia conquista española y portuguesa; asimismo, se ha asociado a la imprenta y a una forma de periodismo, muy en boga entre los siglos XVIII y XIX, denominado "pliegos de cordel" o romances de ciegos, en su acepción más cerradamente hispana. Entre nosotros la décima ha ocupado esta vía impresa a través de la Lira Popular, que circuló profusamente en las grandes ciudades de Chile entre el último tercio del s. XIX y el primero del s. XX.

 

Diversas denominaciones asume esta forma poética, estrófica y musical. En Chile se le mienta "corrido" o "ejemplo". Sin embargo, cualquiera sea el nombre, la estructura, el argumento o temática, un asunto capital, como en toda forma de poesía popular que se origina, desarrolla y reinventa en la tradición, es la funcionalidad que se asocia con una determinada comunidad, grupo humano, cultura o imaginarios. El romancero tiene una función eminentemente amenizadora-recreativa, lo cual se verifica con claridad si se sabe que también asume su papel en los juegos infantiles, corros o rondas, juegos de palmas, otros. El gran investigador español Ramón Menéndez Pidal con toda razón ha dicho que donde el romancero está ya olvidado han quedado los niños cantando su repertorio, agregando que la última transformación y el último éxito de un romance es llegar a ser un juego de niños. Algunos de los romances de mayor difusión en todas las épocas en Chile fueron los titulados Delgadina, El reconocimiento del marido, Blanca Flor y Filomena, La mala mujer, La adúltera, El hilo de oro.

 

Volviendo al origen del romance, también debemos contar con el proceso de popularización de una obra poética a partir de la poesía culta y viceversa. En otras palabras, hay ejemplos de desarrollo de un romance a partir de una obra culta como la del eminente vate don Francisco de Quevedo y Villegas, creador de una "Boda de Negros", considerada indudable fuente de todas las variantes del romance sobre el casamiento de negros que se han podido encontrar en Chile y otros países hispanoamericanos. En este proceso brilla la característica esencial de la forma en que se produce la transformación de una obra de autor conocido en una construcción cultural de un pueblo: extraordinaria simplificación y depuración folclórica, condensación y decantamiento de las formas y asuntos más acordes con el patrimonio común. A su vez, poetas cultos, desde los albores de la imprenta en el s. XV, han conseguido atrapar en sus plumas algo de esta bella tradición difundida masivamente mediante pliegos sueltos y cancioneros, como es el caso de diversos autores en tan diversas épocas: Góngora, el propio Quevedo, Cervantes, García Lorca y Guillén. Más cerca de nuestro país, Chile, podemos reconocer a continuadores del género en la esfera de la poesía culta en el gran Óscar Castro y Max Jara. Asimismo, durante todo el siglo XX tuvo gran desarrollo en la literatura chilena el género histórico en forma de romance, bajo el estro de diversos escritores.

 

Y como no hay mejor procedimiento para conocer una cosa que experimentarla, vamos a revisar algunos ejemplos muy difundidos en el repertorio chileno romancístico. No debe dejar de tenerse presente el hecho de que cada asunto tiene muchas versiones, pues la tradición pervive en las variantes, eso hace que ninguna versión es la definitiva ni la más correcta, sino que lo son todas a la vez.

 

Hacemos la advertencia siguiente: cada variante es una versión dada en un contexto determinado, en un espacio y tiempo único, utilizada por los llamados cultores o personas que poseen estos bienes culturales y que les dan sentido funcional en un lugar determinado, una ocasionalidad y en el marco de una comunidad, en relación de pertenencia e íntima relación con el bien cultural en comento, en consecuencia, cada uno de los ejemplos presentados en este brevísimo trabajo, constituye una versión recogida en terreno, registrada en la bibliografía revisada y que ha sido entregada por una persona perteneciente a una determinada comunidad, en un tiempo determinado y utilizando algún procedimiento científico de campo, amparado en algún método de investigación propio de las ciencias humanas. Como aquí se trata solamente de constatar en general la existencia "corporal" y tangible de algunos romances, nos limitaremos sólo a mostrar la especie poética, sin dar otras noticias, como debiera hacerse en todo trabajo relacionado con la cultura folclórica, acerca de dónde y cuándo se recogió y los datos relevantes del llamado informante, colaborador o cultor.

 


Casamiento de Negros


 

 

Señores, les contaré

el casamiento de los negros:

negros novios y padrinos,

negros cuñados y suegros.

El cura que los casó

no se sabía cuál era;

les echó la bendición,

¡ay! qué bendición tan negra.

Pusieron sus negras mesas,

negros manteles pusieron,

negros los que se sentaron,

negro lo que se sirvieron.

Vi también un longana

que de verla, daba miedo;

creyendo que era chancho,

y era de los mismos negros.

Y al cabo de esta fiesta

todos locos se volvieron,

sacaron sus negros sables,

negros sablazos se dieron.

 

Comentario: aquí tenemos en cuerpo y alma una de las versiones de este romance nacido de la obra original de Quevedo, con sus efectos repetitivos sobre el color de los novios y su entorno. El final dramático, pero sublimado por la estética de la creación, es propio de la primigenia invención del poeta. Es muy conocida en Chile una de sus versiones musicales desde el momento en que este poema cae en manos de nuestra artista más universal, Violeta Parra, quien, desde sus primeras grabaciones como solista, se preocupa de llevar al disco una abigarrada gavilla de romances.

 


Blanca Flor y Filomena


 

 

Estaba Leonor, estaba

entre la paz y la guerra

con sus dos hijas queridas,

Blanca Flor y Filomena.

Pasó un joven de Turquía,

se enamoró de una de ellas;

se casó con Blanca Flor

y pena por Filomena.

A los tres meses y medio

fue a buscar a Filomena

- Cómo la llevas, pues, hijo,

niña tan bella y doncella.

- Al anca la llevaré

como tuya hermana y vuestra.

Al anca se la tomó

y se disparó con ella.

A la mitad del camino,

su pecho le descubrió,

su lengua se la sacó

y las venas le cortó.

Con la sangre de sus venas

un papelito escribió.

Divisó un pastor, pasando,

le hizo señas y lo llamó.

- Toma esta carta, pastor

y llévasela a Blanca Flor,

que conozca a su marido

por lo cochino y traidor.

Blanca Flor, cuando lo supo,

de puro susto abortó

y con la misma creatura

una cena preparó.

 

 

 

 

 

 

Comentario: he aquí una muestra palpable de la crudeza de algunos asuntos contenidos en los romances; hay variantes en las cuales se desarrolla algo más la escena final, donde el marido paga su procacidad, sin tener conciencia de tal castigo, disfrutando una muy potable cena preparada por su esposa a partir del embrión nonato de su propio hijo. Otras variantes destinan al inicuo marido a una muerte por caída desde unos peñascos. No por nada, como ya se dijo, son éstos los más apetecidos por el pueblo. Este ejemplo es uno, si no el que más, de los que poseyeron la mayor dispersión en Chile.

 


Delgadina


 

 

Tres hijas tenía un rey,

de las tres, una nombrada,

y la mayorcita de ellas,

Delgadina se llamaba.

Un día, estando en la mesa,

su padre la miraba:

- Delgadina, hija mida, (sic)

¿quieres ser mi enamorada?

- No lo permita mi Dios

ni la Virgen consagrada,

que, estando mi madre muerta,

yo seré la castigada.

A voz alta dijo el rey:

- A Delgadina, encerradla.

no le den de qué le den;

delen (sic) la carne salada.

Allá sale Delgadina

y asómase a una ventana

y –Hermanita- le dice-

convídeme un vaso de agua,

que el corazón se me seca

y la vida se me acaba.

- Hermanita Delgadina,

yo no le puedo dar agua,

porque, si mi padre sabe,

yo seré la castigada.

 

Comentario: el anterior y éste son ejemplos muy claros del morbo al cual puede llegar un romance premiado con la aceptación general. Sin embargo, salvando el interés malsano del asunto, se puede reconocer en ambos ejemplos el sabor medieval de los relatos y la lucha entre la virtud y las pasiones más descarriadas de una sociedad patriarcal. Hay variantes que culminan con la muerte de la protagonista y la condenación eterna del incestuoso padre. Desde el punto de vista formal, se puede observar que la presencia de las formas y giros populares del lenguaje que se vierte en cada versión, revela a sus anchas un íntimo proceso de apropiación del texto y transfiguración de los personajes desde la óptica del cultor que realiza el relato.

 


 El reconocimiento del marido


 

 

- Catalina, Catalina,

lindo cuerpo aragonés,

yo me embarco para Francia,

¿qué mandas a tu querer?

- Lo que te encargo, señor,

que veas a mi marido.

que va para siete años

ha que lo lloro perdido

Las señas de mi marido,

señor, se las daré:

es un joven zarco y rubio

y en el hablar muy cortés.

- Por las señas que me das,

tu marido muerto es:

en un juego de los dados

lo mató un genovés.

Lo que me deja encargado

que me case con su mujer,

que cuide de su haciendita

y de sus hijos también.

- Vaya, vaya el caballero

mal hablado y descortés,

mi marido en el alma

siete años lo guardaré;

si a los siete años no güelve,(sic)

a monja me pienso meter.

Dos hijas doncellas tengo,

consigo  las llevaré;

tres hijos varones tengo,

al rey se los mandaré,

que le sirvan de soldados

y defiendan por la fe.-

Viendo pues el caballero

la honradez de su mujer,

le echa los brazos al cuello

y dice: :- Tú eres mi bien.

 

Comentario: también muy difundido romance y en la actualidad muy frecuente entre los cantos que acompañan algunos juegos infantiles. En España constituye uno de los de mayor difusión en toda la península, como también en muchos países de Latinoamérica. Entre las variantes, se da el caso en que la protagonista la puede encarnar una recién casada, una divorciada. Hay así mismo, una gran cantidad de versiones bajo el título de "Las señas del esposo".

 

Finalmente, entrego a continuación dos versiones de romances que perviven, hasta el día de hoy, en los juegos infantiles, esperando que más de alguno de los lectores de este pequeño recuento romancerístico, se transporte al patio de su vieja escuela y retome el papel de oyente o participante que quizá tuvo alguna vez. Respecto del primer ejemplo, el famosísimo "Alicia va en el coche", va dividido en dos mitades por un estribillo muy propio de la transformación lúdica del romance, que, si bien quiebra la estructura general del poema, lo hace en función del juego a que sirve. El segundo ejemplo, es el también muy conocido "Mambrú" o "Mambrú se fue a la guerra", basado, según la bibliografía, en un relato muy popular en el siglo XVIII sobre los hechos bélicos protagonizados por un tal Malbrough. En España era frecuente de oír con el estribillo intercalado: "mirontón, mirontón, mirontero".

 


Alicia va en el coche


 

 

Alicia va en el coche,

a ver a su papá;

qué lindo pelo lleva,

quién se lo peinará.

Se lo peina su tía

con peine de cristal.

Carolín,

Carolín, cacao, lero, lao.

Alicia se murió,

la fueron a enterrar

en un cajón de vidrio

con tapa de cristal;

arriba de la tapa,

dos pajaritos van

cantando el pío-pío,

cantando el pío-pa.

 


Mambrú


 

 

Mambrú se fue a la guerra,

no sé cuándo vendrá,

si vendrá para la Pascua

o por la Trinidad

La Trinidad se acaba,

Mambrú no vuelve más;

la dama que lo espera

se pone a sollozar.

 

 

 

 

 

 

 


Bibliografía Básica:

 

Dannemann, Manuel y Raquel Barros. El romancero chileno. Santiago, Ed. de la Universidad de Chile. Separata de la Revista Musical Chilena, Año XXIV, Nº III

abril-junio 1970.

Vicuña Cifuentes, Julio. Romances populares y vulgares. Santiago. Imprenta Barcelona, 1912.