T E S T I M O N I O   P O É T I C O

D E   D A V I D   T U R K E L T A U B

p o r   J o s é   A .  G o n z á l e z  P


 

 

El 11 de Mayo dejó esta orilla conocida el poeta chileno David Turkeltaub.  Se fue tan callado como al parecer fue su existencia también silente. Apenas algunos medios impresos y algunas páginas en Internet dieron cuenta del hecho.  Así será como otro importante engranaje de la cultura chilena pasa para el grueso del público sin dejar marcas en apariencia. Pero este escritor tiene varios méritos que hacen que sea adecuado recordar su figura.  Fue el gestor e impulsor de la editorial Ganymides la que en su momento, en plena dictadura militar, logró publicar a importantes autores como Nicanor Parra, Enrique Lihn u Óscar Hahn, este último con su censurado libro "Mal de Amor".  También elaboró el libro antológico "La guerra de los poemas de amor", un extraordinario trabajo pulcro y sensible que reúne a una escogida muestra de autores y sus variaciones sobre el tema de eros.

 

Es, además, el autor del texto El botero, musicalizado por el cantautor chileno Eduardo Gatti, seguramente escuchado por muchos y que pueden encontrar al final de este reportaje en formato mp3 para disfrutarlo.

 

En Lakúma-Pusáki sentimos necesario dedicar si quiera unas líneas al trabajo literario de Turkeltaub y es por eso que transcribimos en este número el "Testimonio poético de David Turkeltaub", escrito por José A. González P.,doctor en Filosofía y Letras con mención en Historia  y publicado en Antofagasta en 1982.

 

 


 

 

Al igual que aquellos poetas románticos decimonónicos que aguardaban, papeles bajo el brazo, la febril impresión de sus versos, David Turkeltaub se ha unido a ellos, en el tiempo. va conjugando (iba?).  Aguardamos la conjugación temporal : según propia confesión, con dejo melancólico, desde un sillón a pocos metros del mar de Antofagasta (aquello sería pasado), sus labores editoriales con su "dedicación a la poesía".

 

Su "Ganymedes" ha proseguido una vieja costumbre de poetas láricos, como gustaba denominar Teillier.

 

David ha sabido reunir en su Casa editorial, generosamente, varios flujos de la poesía chilena: decimos deliberadamente, flujos y no generaciones.  Se hace hábito anteponer una generación, con su propio zeitgeist, frente a otra, pero en este caso, en nuestra contemporaneidad, debemos hablar de flujos como las mareas, estímulos, inspiraciones, temáticas, e incluso vivencias espaciales, de los que editaban ya en el 40 y en el 50, que van a bañar las playas de los laberintos poéticos actuales: Playas, si se desea, con la misma intencionalidad de Raúl Zurita, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Enrique Lihn, José Donoso, Óscar Hahn se mezclan en la copa de Turkeltaub, con la musicalidad de Armando Rubio, por ejemplo.

 

David Turkeltaub es de los que hace su testimonio expresional del vivir cotidiano.  Su Res publica recoge lo que duele y amarga y esboza en su intimidad las posibilidades del lenguaje. El dolor, la herida turkeltaubiana, hace crecer, recordando que en el "dolor nos hacemos", dirá Ortega y Gasset.  Su poesía respira ideas, no principios.  No hay asomo de dogmatismo.  El mismo lo expresa: "Poesía es estar lejos / y ver". (Y veréis, Hombrecito Verde).

 

Al publicar Hombrecito Verde, en 1979, golpean los versos de diversas facturas que, como letanía, nos van incorporando en las "cosas sorprendentes", inactuales en esta actualidad:

 

ANOCHE me operaron del tobillo

la columna

 

vi el escote entreabierto de la muerte

 

como un muñeco vacío

el médico me trae la factura

 

Estamos frente no sólo a las palabras de uso coloquial: los lugares comunes nos asaltan.  En Brumo nos agita en el marenostrum de la civita:

 

Ciego de poesía salí a la calle

buscando la salvación para un problema

tratando de no respirar

tropecé con un mendigo pequeñito

sin saber qué hace en esta esquina

finalmente distinguí a mi pasajera

tratando todavía de no respirar 

te estás endureciendo le digo

                     / a borbotones

endureciendo.

 

En este tumulto de sensaciones, experiencias cronométricas, para Turkeltaub rige únicamente la "ley de la consternación de las especies".

 

Las impresiones de candorosidad de Muchas Veces deja lugar al cinismo a contrapelo de la ingenuidad de Inventario de las Plazas de Provincia.  El absurdo se convierte en un ejercicio poético.  En De pronto comprendí juega con una constante ya clásica en la literatura: el despertar mortal.  Aquí se respira un sabor evocativo al Borges del absurdo total: aquel que gusta decir, "cuando desperté me di cuenta de que había muerto".  En Fe de Erratas y Veintiuno prosigue esta gimnasia intelectual, resaltando, en este último, un tratamiento de la muerte, que lo hermana con la lírica de Gonzalo Rojas y Humberto Díaz Casanueva.  Nos hace saber:

 

El poeta no ha visto,  ni su dama:

la muerte los acompaña.

 

           (El triunfo de la muerte)

 

 

David nos resuelve lo profano de algunos lugares frente a lo sacro que emergen circunstancialmente. De esta manera, el rincón que abrigó nuestros sueños, la playa que posibilitaría el retozo amatorio, quedan petrificados, ante el valor del tiempo.  Una metáfora: La playa está sembrada de relojes de arena, refleja aquello a lo Proust.  En La casa en la playa sola se trastoca la imagen de lugar soñado para escribir tranquilo, en un lugar soñado para desgranar arvejas.  Lo cotidiano, lo posible se nos escurre:

 

había arena en los rincones arena

en la lámpara

arena entre las sábanas

una escalera sin peldaños trepaba

                        / el dormitorio

 

En otro lugar dirá:

 

Los cincuenta besos de anoche,

                        / de antenoche

corren en el sentido de las manecillas

del reloj, o en el otro sentido.

 

En Códices, de 1981, exclama con la fe del carbonero:  El tiempo corre.

 

Esta última "dedicación" impresa, se nos presenta más totalizante, más plena en su universalidad poética.  Es un lenguaje que machaca realidades.  Incorpora otras vibraciones de humanidad, otras "noticias" del Informe del Tiempo.  Son noticias intemporales.  Su raíz hebraica nos hace saber la dolorosa exclamación: Geratevet.

 

En su poema Osip Mandelstam a su hermano Alejandro, recoge el valor de este poeta que en 1934, estampaba:

 

Estamos vivos. Pero no estamos seguros

de la tierra bajo nuestros pies.

A tres metros, nadie nos escucha.

 

(Poema Stalin, trad. José Miguel Oviedo).

 

Una misma "moraleja" recorre sus poemas Dios de las Alambradas, señor de los patios secos, como también In memorian Nikolai Erdman.

 

Turkeltaub nos conduce por sus heridas.  Sus desgarros provenientes de heridas veniales, aquellas que nos golpean en la soledad, la lluvia y los caminos.  La humanidad se pierde en la naturaleza de los acontecimientos.  El pesimismo existencial deshoja las páginas de Códices: el hombre como pieza comida en su encuentro con la muerte.

 

No se espere de Turkeltaub la verificación de una corriente poética determinada:  la circunstancia domina a su autos.  Su "lirismo más desenfrenado", transmite la fuerza de su constante desafiar de la hoja blanca.  Cada día hay que reconquistar su individualidad: Reivindico mi derecho a aparecer en esta página (Me gusta este lugar).  De su individualidad surge esta comunicación poética de su Ganymedes.  Pero, también, es declaración de su responsabilidad intelectual en nuestra poesía.

 

 


 

El Botero

Texto : David Turkeltaub

Música : Eduardo Gatti

Del disco "La Loba", 1987, RCA Victor.