P E D R O   L E M E B E L

M A R D O N E S   A Y E R


p o r   R a ú l   M u ñ o z

 

 

 

Corría fines de los ochenta y el grupo de irrupción poética “enotra” se dedicaba a mover el ambiente poético más allá de la poesía política-urbana de resistencia. Siendo todos los integrantes profundamente antipinocho-derecha quienes eran los que realmente gobernaban. Este grupo fue el que inicio el desprejuiciado beso en la mejilla a modo de saludo entre los amigos y amigas. Acá aparece entre medio de la escena Pedro Mardones, a quien años más tarde todos conoceremos, y algunos idolatrarán, como Pedro Lemebel.

 

 

Siempre gustó del flamenco dando buenos zapateos recitando poemas. Su fuerte fue la narrativa, como también el cuento, donde recuerdo con cariño ese que hablaba de la “Gata”. El Pedro de aquellos días era un tipo amable y simpático, el hippie de la pobla, muy culto, que gozaba del cine de autor, el neorrealismo italiano, el expresionismo alemán, siendo frecuente verlo en el chileno-alemán de cultura “Goethe”, disfrutando de aquellas películas y eventos culturales. Los centros chileno-francés, chileno-norteamericano, eran lugares de reunión y expresión donde se podían estar sin temor a la repre del gobierno de la dictadura, de la  derecha chilena. Una de las tantas perfomances de nuestro querido Pedro fue en la Feria del Libro que se realizaba en el Parque Forestal, pero vamos por partes. Con anterioridad se juntaron  a un opíparo almuerzo: tallarín, harta salsa deyco y vino tinto, comida cuya función básica era ser vomitada en el magno evento, Feria que no era tan mercantilizada como ahora. Al llegar a la Filsa, la escena era simple: miembros del gobierno y creadores literarios que hacían de espectadores en el recinto, y un grupo de artistas que llevaban en la guata un poco de arte que sería derramado frente a sus rostros burgueses. En el escenario no se bailó, no se cantó, ni se leyó siquiera un poema, se les puso de frente algo más que un desechable panfleto, fue la nausea la que sirvió para dar el mensaje, uno que era más real que lo que podían decir unos versos. Era lo que nos provocaba el Estado en el Chile ochentero, ese que te dejaba asqueado, ese que olía mal, ese vomito dejaba entrever que aquel olor seguiría latente en el tiempo por obra y gracia del acuerdo de los ‘90, mal llamado periodo de “transición”, ese lleno de trampas e impunidad espuria.

 

 

 

Pedro olía el ambiente y lo conversamos muchas veces –esto tiene mal olor- decía, quizás fue esto lo que lo llevó a cambiar, de ese hippie a un nuevo personaje, uno con cuero, mas áspero, con más dureza para ese tiempo jodido, era una imagen rebelde que comenzaba a gestarse junto a su amigo Pancho Casas, el momento exacto es baladí, lo importante es el nacimiento de esas yeguas que con potencia de carga comenzaron a resonar en el ambiente, dignas de su nombre bíblico, el apocalipsis con que venían las yeguas en realidad era el reflejo de lo que se venía con las luchas de las minorías sexuales, étnicas y sociales, este Pedro que necesitaba gritarle a la democracia que estaba hedionda a compromisos bastardos. Era la yegua que podía decir lo que el hippie callaba, la simpatía no tenía sentido cuanto se estaba en el frente luchando contra la dictadura, Pedro siempre fue simpático, un amigo de sus amigos, tierno con sus compañeras, sus amigas, con las mujeres en general. Cómo olvidarnos que el Pedro fue el único invitado a la despedida de soltera de la Malú Urriola, donde junto a sus amigas la Cata Salvati, Paula Pascual, Nadia Prado, Marta Román, Carolina Jerez, María Quiñelén, terminaron todas bailando y el Pedro ahí feliz con sus chiquillas. Pero el Estado burgués derechista no era su amigo, no se merecía esa ternura que si la gritaba al poeta Raúl Muñoz, el que corría cerro abajo con su hijo de 2 años -cuidado huevón, cuidado chico que no se te vaya a caer el niño, no seai gil- le decía, mientras intentaba tener al niño en brazos para terminar con el peligro.

 

En estos años de transición de la mal llamada democracia, Pedro jamás cambió, saludaba a sus amigos de siempre, a sus amigos del barrio. Habitual de la vega y comedores populares, conversaciones con sus gentes, el apoyo y cooperación a la iglesia del fray Andresito en recoleta, esas eran sus andanzas habituales de cada día.

 

Sus perfomances siempre tenían una carga potentísima, como olvidar la que hizo en el hospital gigante para el pueblo de Carlos Valdovinos, convertido en un elefante blanco, refugio de indigentes y fumarolas acompañadas de cartones, testigo mudo de un mundo que cambió por siempre, ya la salud no era prioridad del Estado chileno, sería privatizada para el lucro de la oligarquía chilena y el “sálvate como puedas” del pueblo chileno ante las cadenas de farmacias, isapres y clínicas del lujo. Ese grito en el hospital fue premonitorio de lo que vendría. Siempre los grandes tienen esa visión de futuro, ese grado de vidente que se mezcla con el poeta y lo hace ver el devenir, que lo conecta con esa fibra que anda volando en el ambiente y que les indica hacía donde van las cosas. La potentísima obra de Pedro Lemebel forma parte de nuestro imaginario colectivo, ya es parte de nuestro folclore, Víctor Jara, Violeta Parra, Gabriela Mistral, Pablo de Rokha, Rolando Alarcón,y tantos otros que como Pedro Lemebel forman parte de nuestra cultura popular, lo que llamamos Chileno de verdad.

 

 

 

EL WILSON

 

Grabación obtenida del sonido ambiente

con una radio casetera

el 8 de octubre de 1987

en la Sociedad de Escritores de Chile

en una presentación del grupo

ENOTRA