M A R T A   J A R A   H A N T K E

p o r   S i m ó n   B u n k er


 

 

 

 

En un Chile recién salido de la traumática experiencia de la Guerra Civil de 1891 y aproximándose al primer centenario de su independencia, comienza a manifestarse el movimiento literario conocido como Criollismo, surgido en reacción a la literatura romántica afrancesada imperante en una intelectualidad afanada en imitar modas europeas.  Este Criollismo, que asume la responsabilidad de interpretar nuestra idiosincrasia, busca la manera de exaltar los valores autóctonos, tradiciones, la pintura de las costumbres campesinas, el folklore y el paisaje (muchas veces descrito con exaltado lirismo) que enraíza el desarrollo del discurso; pero que desecha lo imaginativo, los tornasoles psicológicos del alma y que, por el contrario, dota a los personajes de características tan singulares hasta convertirlos más que en seres humanos en prototipos de virilidad o de machismo.  Este Criollismo, aunque desarrolla su actividad paralelamente al “Modernismo”, indiscutiblemente liderado por Rubén Darío, y al “Naturalismo”, encuentra sólido apoyo en otros escritores americanos (José Eustasio Rivera, colombiano, con su novela La Vorágine; Ricardo Güiraldes, argentino, Don Segundo Sombra; Rómulo Gallegos, venezolano, Doña Bárbara), que le dan categoría a nivel continental.

 

Cuando hablamos de la literatura criollista, saltan a la palestra en primer lugar los nombres de Mariano Latorre (Premio Nacional de Literatura, 1944) y Luis Durand.  Hilando un poco más fino, agregamos a Marta Brunet (Premio Nacional, 1961), pero…

 

 

 

 

 

 

¿QUIÉN RECUERDA A MARTA JARA HANTKE?

 

 

De ascendencia germano-danesa (su madre fue doña Ingeborg Hantke Jorgensen), Marta Jara Hantke nació en Talca en el año 1922.  Cursó sus primeros estudios en el Liceo Número 1 de Niñas de Santiago.  Viajó a Italia y otros países de Europa.  Fue probablemente la primera mujer taxista en nuestro país, para ganarse la vida, por supuesto.  Salvo contadas excepciones, el drama del escritor es desarrollar su existencia sumido en la chabacanería cotidiana de trabajos mal remunerados, ir por la vida con la cabeza en las nubes y los pies en el fango, atados a una bola de acero que le impide volar y hacer lo que más anhela: Leer, estudiar, alimentar su espíritu con belleza, tener tiempo ocioso para pensar y… escribir.  El escritor es un ser destinado por la naturaleza a compartir con el prójimo los ecos más profundos de su alma; se mueve en un medio que de alguna manera condiciona su conducta; pero, -¡paradoja!- es el mismo prójimo quien lo aparta, no lo acepta con sus defectos y virtudes, porque, habitualmente, el escritor anda sin un centavo en los bolsillos, un paquete de deudas, problemas, y la cabeza llena de sueños.

 

Enmarcada en este cuadro desarrolla su obra Marta Jara Hantke.  Sólo dos libros (10 cuentos en total) bastaron para inscribir su nombre con letras de oro entre os grandes escritores de nuestra literatura: 1) El Vaquero de Dios (Editorial Nascimento, 1949), formado por cinco relatos: Gancho el Chis; Ño Juan; El Camarada; El Buey Galantía y El Vaquero de Dios.  2)  Surazo (Editorial Universitaria, 1962), formado por El Vestido; El Yugo; El Hombrecito (que aparece incluido en Antología de Cuentos Chilenos, por Nicomedes Guzmán, Editorial Nascimento, 1969) y Surazo, que con sus 66 páginas, configuran más que un cuento, una novela corta.  Este libro obtuvo el Premio Alerce de la Sociedad de Escritores de Chile (1962) y Premio Municipal de Literatura (1963), y finalmente, el cuento La Camarera, incluido en Antología del Cuento Hispanoamericano, por Ricardo A. Latcham (1958).  El cuento, un género difícil por la exactitud quer no permite divagaciones, encuentra en Marta Jara Hantke una exponente de primera categoría.

 

Su obra, desarrollada bajo los cánones de un realismo criollista, pródiga en recursos audaces para su época, la diferencian de otros escritores de su generación.  Con mano firme y dos o tres pinceladas pinta situaciones, paisajes y personajes, desarrolla temas campesinos en sus primeros libros, y termina narrando episodios de Chiloé, lugar al que fue a vivir para estudiar el ambiente geográfico y humano que más tarde plasmaría en Surazo.

 

Se aprecia en la obra de Marta Jara Hantke, una búsqueda constante de los valores nacionales, del diálogo, de la personalidad del hombre rural, en que la presencia del paisaje ambiente envuelve dignamente la recreación narrativa de las costumbres y de la vida campesina.

 

Marta Jara Hantke, murió en 1972, a los 50 años, después de una penosa enfermedad.  En la Sociedad de Escritores de Chile se erigió una capilla ardiente para velar sus restos.  Por expresa voluntad de ella no hubo discursos en su funeral.  No obstante, la poeta Delia Domínguez, leyó una Oda Fúnebre dedicada a la figura de esta escritora, que supo ganar un espacio destacado en nuestra literatura.

 

 

 


Artículo aparecido en La Garza Morena, número 3, año 2, enero-marzo 1995.