U N   G U I Ó N   B R E V E   P A R A   E L O Y

D E   C A R L O S   D R O G U E T T


 

 

 

 

Extraído del libro "Escrito en el aire", de Carlos Droguett, Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1972.


 

 

 

Eloy camina por el campo hacia el rancho.  Es noche de luna y debe ser temprano todavía.  Más allá, por el camino, pasan automóviles, un autobús rural con su techo lleno de maletas y canastos.  Hace calor.  Eloy arrastra por la brida a un caballo, en la silla del caballo se ve, cuidadosamente doblado, junto a una guitarra, un vestido de  mujer.  Eloy camina penosamente, afirmado  en una muleta, pues tiene una sola pierna, pero su rostro se ve extrañamente rejuvenecido y pasional.  Cuando llega cerca del rancho, se siente la música de la victrola, la música es pausada y suave, más bien triste o recordatoria.  Eloy sonríe, agradecido, su boca se muestra ansiosa.  Llega junto a la ventana y ve adentro a la mujer, peinándose frente al espejo.  Ella lo ve y corre hacia la puerta, en la victrola el disco da vueltas todavía, silenciosamente.

 

MUJER: (Con voz suave y calculadora, mirándolo a la cara)  ¡Buenas noches!
ELOY: (Acariciando el caballo, mirándole la boca)  ¡He vuelto!
MUJER: (Arreglándose el cabello.  Deteniendo el disco)  Ya se ve.
ELOY: (Soltando las riendas y dando un paso, para que ella vea que está cojo)  ¿No debí venir?
MUJER: (Voz misteriosa, coqueta o soñadora)  ¡Siempre se vuelve!

ELOY:

 

(En voz baja, cohibido)  El viejo…  Yo tenía que hacerlo.  Tuve que hacerlo.  (La mira humillado).
MUJER:  (Desdeñosa, lista a enfurecerse)  ¿Quién habla del viejo?
ELOY: (Humilde e insinuante)  No hablo de él…
MUJER: (Cruzándose de  brazos, con leve sonrisa burlona)  ¿De qué entonces?

ELOY:

 

(Humilde, juntando las manos y entreabriéndolas, para dar explicaciones)  Tienen que disculparme.  (Con voz verdaderamente interesada, en un susurro)  ¿Qué ha sido de él?

 

 

 
MUJER: (Deseosa de cambiar de tema)  ¿Qué importa el viejo?  (Con desdén)  Por lo demás, le va bastante bien.  (Se ríe coqueta).
ELOY: ¿Puedo entrar?
MUJER: (Riendo sin sarcasmo, súbitamente interesada)  ¡Y ahora pide permiso!
ELOY: Ahora tengo que pedirlo.  Lo pido siempre.
MUJER: (Dándole la mano, con súbito cariño)  ¿Por qué?
ELOY: (Triste, pero no desesperado)  Por esto.  (Le muestra la muleta).
MUJER: (Sonriendo, un poco cohibida)  ¡Vaya!  Eso no es nada, es la marca de la guerra.  (Mira fascinada la muleta y Eloy capta su mirada).
ELOY: (Sonriendo humillado, colocando la muleta en el suelo, sentándose penosamente en la cama).  Le traje un vestido.  (Se lo pasa).

 

La mujer, en un gesto cruel y sensual, comienza a quitarse su propio vestido y Eloy, humilde y arrobado, la contempla.  La figura de la mujer se diluye en la neblina.  Eloy tiene la mirada perdida.  Suspira, pero no se ve desesperado.  Su cabeza se alza en un gesto voluntarioso, que luego se torna feroz y comienza lentamente a caminar.  Cojea bastante y, como comprende que hace ruido, tiene sumo cuidado en caminar y va mirando con tiento el suelo embarrado, los arbustos, las sombras.  Se sonríe con burla, hay un evidente entusiasmo desesperado en su mirada.

 

ELOY:

 

(Sonriendo, mientras cojea penosamente entre los árboles)  Si quedo cojo seré un estupendo bandido.  Seré mi marca de fábrica, mi gallardete, mi distintivo y todas esas zarandajas que usan los tipos de las películas.

 

Pasa con cuidado una mano por la carabina, acariciándola,  levándosela a la cara, tocándose instintivamente la sien con ella.  Mira el cañón enteramente embarrado, la neblina sale de él como el humo de los disparos.

 

ELOY: (Elevando paulatinamente la voz y escuchándose hablar)  ¡Soy enorme de todos modos!

 

La mirada se le queda perdida y el rostro inmóvil, apegado al árbol.  Sonríe con dificultad y luego ríe corto, histéricamente.  Pugna por ponerse de pie, su mano se arrastra hacia arriba por el tronco del árbol, para cogerse bien.  Se queda respirando, mirando el tronco ensangrentado, su mano ensangrentada, después la neblina y las linternas, que están inmóviles al otro lado.

 

ELOY: (Comenzando a sonreír mientras se pone definitivamente de pie y aprieta la carabina acercándola a su pecho)  ¿Qué horas serán?