E S C R I B E N   H O Y

 


 

 

 

 

 

 

 

L u i s   C a ñ i o   M a l p u

 

 

San Bernardo, 1975. Es poeta y performancista. En 2020 publica “Psicofármacos (mi vida a las sombras)” de donde extraemos estos poemas.

 

 


 

 

Peligro

 

Cuando se les antoja mirara para acá

me juzgan por mi marca hechiza

por mi plástico asiático

por mi ropa que pretende ser

ropa. Mis tatuajes de negro

mi aspecto desdeñado.

En sus discursos me ridiculizan

desclasificado y moldeado.

Echado a vagar hacia lo ignorado

del desencuentro de las cifras del

ministerio de hacienda

en una ecuación ficticia.

Ahora

puedo elegir mi fotocopia.

Ahora

reduzco la imagen del pánico.

Esta es mi mediocre felicidad

deformada por tus medios de comunicación

bajo el estigma Nike.

 


 

 

Ciclo

 

Soledad perpleja

soledad en los escombros

soledad con frío

soledad y tedio

soledad y libros

soledad y hambre

soledad en el Facebook

soledad chateando

soledad con puño y letra

soledad de abstracción y de pensamiento concreto

soledad en el camino

soledad entre los dedos y en la noche

soledad e iluminación

soledad como amante

soledad después de la derrota absoluta

soledad entre los insipientes carretes

soledad como única alternativa

soledad en los despojos

soledad sin género y sin diversidad

soledad con tremendas tetas

soledad en la pieza de los recién casados

soledad y soltería

soledad sin más pergaminos

soledad en el que adolece

soledad y jubilación

soledad en términos económicos

soledad y cocaína

soledad y cesantía

soledad en las compañías

soledad de enfermedad crónica

soledad en la sala de espera

soledad y no como nombre

soledad ahora y en la hora de nuestra muerte.

 


 

 

Mismidades

 

Soy un siniestro al pie de la página

el fracaso de la reinserción laboral

otro silente en busca de sonidos

el mejor amigo de su enemigo

lo que quedó de un carrete imaginario

la distracción en un silencio de otro silencio

los engranajes del destierro y sus acciones

el aborto clandestino de un poema

el último psicofármaco de la tira

un pucho boliviano, peruano, americano

el recuerdo en los bolsillos

una suma de errores involuntarios

el amor entre la sífilis y la gonorrea

un diálogo inventado al calor de una discusión

las malas costumbres y compañías

ansiedades

            terrores

                        dislexias

                                    trasnoches.

Vulnerable.

 


 

 

A partir de un recuerdo

 

Él.

Se quedó inmóvil mirando

la figura que se perdía

tras el humo de un cigarro

en un otoño

de esos violentos.

Ella.

Se va por la vía pública

en dirección opuesta

sus pasos son

de quien toma la decisión correcta al andar.

La veo saliendo de los ojos de él

cuando las llamas de la tarde

permean los huesos y el adiós.

 


 

 

 

E d i t h   C o n t a d o r

 

 

Angol, 1955. Poeta y kinesióloga. Su trayectoria en la poesía se traduce en la publicación de dos obras, “Este Secreto Subterráneo” y “Estallido Poético”, además de la participación en antologías y diversas revistas literarias. Pertenece a la Agrupación de Escritores y Artistas Autónomos del Maipo, al Colectivo Arca Literaria y al Grupo Fuego de la Poesía.

 

 


 

 

Eco palabra

 

Díganle a Chile que no llore,

que la palabra es pañuelo.

Que la sangre que arrastra el río,

hace crecer palomas en los hombros del obrero.

Díganle que se desvista y muestre cicatrices

que no se lastime oyendo el júbilo de la hiena.

Díganle que en la osamenta del hermano,

se yergue una y otra vez la memoria,

y que aún vive el puma oculto en la piedra.

¡Que alimente una y otra vez la memoria el artesano!

Entréguenle el pañuelo donde está escrita la palabra

Que su monte se vuelva pecho, su tierra hogaza

y el desierto… ¡Qué puede pedir Chile al desierto!

¡Que reciba su llanto el desierto!

y el aullido del lobo sea su calma enfurecida,

y sea aparejo el taladro del minero.

Díganle que arranque la mordaza, que levante el vuelo,

que aún al cóndor le quedan alas y no pierde libertad al rugir

el sable.

Entréguenle veta y arado, que no llore el olvido.

Díganle que no se pierda en la falacia que amenaza la memoria.

Que el pañuelo lleno de palabras es brisa

brisa de arcilla y roca ungida en metales.

Díganle a su frontera que reverbere y vuelva.

Grande voz la suya gritando la muerte larga.

Eco-palabra, eco-montaña, eco-pañuelo,

Aún se ve la cicatriz del quebranto,

Díganle a Chile que no llore, que flamea larga la memoria

en su pañuelo.

 


 

 

En la hondura de un sombrero vacío

 

Amanezco sentada frente a la carta de la suerte,

una flor deja su polen adherido a mis dedos.

Frente a la carta del olvido amanezco,

voy vagando sobre el asfalto de un oráculo.

Un sombrero de ángel me aguarda en la esquina,

emergen del sombrero abanicos abiertos.

Vida, muerte, aire, muerte, vida o aire.

Es el vaticinio vestido de seda roja,

mi carta que se viste de seda roja.

Vida, muerte, seda, vaticinio, asombro.

Estoy sentada, con un conejo en la mano.

Una caja vacía adivina mi suerte

mueve la cábala necesaria, la luz

y en el fugaz delirio del vaticinio,

nace una flor en cada dedo de mi mano.

Amanezco sentada frente al mago

que sostiene el hechizo de mi suerte.

Hay olor de azufre y vestigio de azucenas.

Amanezco con las manos hurtadas de las flores,

con la carta húmeda de miedo,

y un mago recibe mi lágrima

en la hondura de un sombrero vacío.

 


 

 

Pancarta

 

Tejida con vestigios de lana

que arranca el lobo a la oveja.

El poder de la pancarta no es su tela,

ni sus bastiones son jinetes mirando al cielo.

Es la palabra que flamea, es una consigna,

es un techo desnudo en la mediagua.

El poder de la pancarta no es el lienzo,

es su voz, entretejida en la protesta

esa voz que pincela con sangre el vocablo,

esa sábana desteñida de tanto abrigar dolores.

No es el lienzo, no, es grito plasmado al aire

Es la ola enorme que lleva libre tejida en manifiesto.

¡Hey, hey! Aquí se escribe la historia,

aquí en la pancarta está la semilla del hombre,

aquí, la congoja, lágrimas que lavan la tela.

No está en lienzo el poder de la pancarta,

está en la bofetada al poderoso, en el oleaje del rebaño.

Salvavidas – salvapobres – salvamarchas la pancarta.

Que la tejen, que flamea, que vuela, que muere,

insigne, sopla arpegios, es lucha, no es la tela.

Son las manos urdiendo lema,

en lanablanca, lanalibre por el lobo usurpada.

 


 

 

 

E z r a   C z i c z i n i - R á k ó c z i

 

 

Fui concebido en una casa de campo. En San Francisco de Mostazal. Ese atardecer de otoño comenzó a llover. Y los gatos a maullar desde los tejados del pueblo. Mi bisabuelo, Rasvan, migró desde Rumania. El quinto mes de mil ochocientos ochenta y ocho. Artista circense, pintor y escultor. Fue inhumando en una sepultura sin lápida en San Pedro de Atacama.

Soy egresado de Derecho de la Uarcis. Poeta. Marroquinero. Animalista.

Hijo único de un progenitor ahorcado y quemado en una higuera en la noche de San Juan. Mi madre, Ana Encarnación es parasicóloga, componedora de huesos y maestra en el rito funerario del velorio del angelito.

 

 


 

 

Dónde estás Mariquita linda

in memoriam Pedro Lemebel

 

Dónde estás Mariquita linda.

Acaso debajo del puente

esperando que te arrojen la moneda de la mañana

o sentada en un cajón de frutas

mirando en el río reflejar tu moño de seda.

 

El día es caluroso en Santiago.

Si vuelves los grifos se abrirán solo para ti.

 

Esta noche cuando tus soberbios tacones relinchen

con el ardor cómplice de la lujuria,

las calles desnudas beberán desde tu piel

y el miedo en las habitaciones desaparecerá.

 

Dónde estás Mariquita linda.

Hay una flor, semejante

a un pájaro con su alita rota en la ventana,

y su aliento es una dulcísima llamarada.

 

Sabes Mariquita,

un gitano de ojos perfumados

dejó sobre tu cama un lirio rojo.

 


 

 

Conventillo

 

Es tarde.

Aúllan los perros.

Cae la noche.

 

Me despido dejando en el mesón un vino a medio terminar.

Enciendo un cigarro.

Calle Exposición está oscura -como el carro de tercera clase que llegué a Santiago.

Un queltehue presagia lluvia entre los alambres eléctricos.

Los vagabundos se calientan en la fogata.

 

Al cruzar la reja del conventillo me esperan las sombras de siempre:

el catre añoso,

una lámpara de hierro

y la ruda seca del macetero en la pieza.

 


 

 

Cuando mueren las niñas

 

Cuando mueren las niñas

los gatos descifran

el lenguaje de la noche en los tejados.

 

Las madres visten de negro.

Y en el fondo de los patios

cortan sus cabellos.

 

Cuando asoma la mañana

su aliento indescriptible

los espejos se trizan.

 

Entonces, las muñecas

en las habitaciones fúnebres

despiertan.

 


 

 

Al caer la lluvia

 

Es bueno estar triste al caer la lluvia.

La piel se abre y desde las venas,

ramajes opacos del sauce,

se asoma el grito.

 

Es bueno sentir el viento frio de la nostalgia.

Apretar la noche con la incertidumbre

de nuestras manos y lanzar el tañido del dolor

a la baldía huella del sendero.

 

En aquel tiempo, entre los espinos

y el reflejo de las estrellas muertas

se desliza el incienso fatal.

 

Es bueno ir al encuentro de la vejez.

Descalzo.

Con los labios sellados.

Como al caer la lluvia

en las agrias horas de la orfandad.

 

 


 

 

 

A n t o n i o   M a d r i d

 

 

Chile, 1981. Abogado. Estudios de Estética y Filosofía. Desarrolla diversas prácticas artísticas como danza y teatro.

 

Enriquezco y desarrollo mi escritura buscando traducir a palabras un lugar entre Filosofía, palabra, imagen y vacío; con el convencimiento de que ese ejercicio es, en sí, captación y transmisión de mundos nuevos que diluyen la esfera calculante del pensar y del Decir.

 

 


 

 

Viejo dilema

 

Soy un resto de brasa

un destello de la caída del Ser.

 

Aún no se me permite

ahogar al meteorito en mi corazón

que traza

chispas de interpretación.

 

Sigo habitando en el pudor seco de la

seguridad Hermenéutica.

 

Pero sospecho que el hálito

el oxígeno de mi brasa

viene de un loro verde

que verdea bajo el telón de una cordillera

         oscurecida;

azuzada por el habla de ciegos

con vidrio moderno en

los ojos blancos.

 

Después de todo

los poetas pelean por protagonismo

en Diálogos Platónicos,

olvidan la prédica

que Poesía no se escribe

sólo con el dedo índice que escoge

la manzana del trauma.

 

Por pudor

voy a contemplar y

escribir la escena,

con la cara deslavada de Romanticismo y

forzando letras entre

 

Mundo y Tierra.

 

                      El Retiro del Ser es una madriguera de osos de plata.

 

 

 


 

 

 

A l b e r t o   M o r e n o

 

 

Poeta y antropólogo. Ha publicado “Graves inconvenientes” (Mosquito 2007); “Falsos Pasos” (Ventana Abierta 2010); “Espejismo y Circunstancias” (Comuna Literaria 2012); “Pretextos para los días” (CRANN Editores 2015); además de reseñas y presentaciones de libros. Organizador del Encuentro Nacional de Escritores, ENECH 2013. Actualmente es editor literario en CRAA. Vive en Santiago de Chile.

 

 


 

 

El sujeto aquel

 

No resulta fácil volver a casa todos los días

sin perderse por ahí en los caminos

como tampoco es sencillo aprender a quererse

—tardamos en eso tantos años—

para luego, por un sentimiento soterrado,

desandar torciendo el camino

y empezar a odiar,

(al otro, a uno mismo) en fin,

 

La disolución del sujeto me parece una puerta

imposible de tocar

entrevisión de un más allá

del cual no se regresa y del que

sería mejor no hablar,

pues el sueño tampoco nos da refugio,

corres y corres, pero no alcanzas a librarte

porque el sujeto aquel,

jamás desaparece.

 


 

 

 

 


 

 

Animal doméstico extraña animal

 

Queriéndolo o no

vamos agachando la cabeza

incontables veces

como un toro viejo,

sumergidos en la vida doméstica

lejos de la pasión y el asombro

que fuéramos un día,

 

Y luego viene ese tiempo raro

en que extrañamos al otro ser

que irremediablemente

extraviamos.

 


 

 

Trueque, purga y fuego

 

Señoras, señores,

propongo una anti-alianza,

para derrocar al progreso,

os cambio sus tres e, las famosas y podridas

eficiencia, eficacia y efectividad,

por estas tres d

despeja, destruye y desaparece

e introduzcan-se,

vuestro santo paradigma

económico-político neoliberal

en lo más profundo de sus oscuras almas.

 

Queremos verles vomitar su oro,

que arda el petróleo

y se vuelvan cenizas

todas sus seguridades.

 


 

 

 

E u g e n i a   P r a d o   B a s s i

 

 

Santiago, Chile 1962. Es escritora y diseñadora gráfica, trabaja editando, diseñando y escribiendo libros en Ceibo Ediciones, editorial de la cual es co-fundadora. Ha publicado “El cofre”; “Cierta femenina oscuridad”; “Lóbulo”; “Objetos del silencio, secretos de infancia”; “Dices miedo”; “Advertencias de uso para una máquina de coser”, obra de donde exponemos estos textos. Sus temas son la interfaz cuerpo-máquina; el flujo de identidades en construcción; la sexualidad en tanto decodificación irreversible.

 

 


 

 

 

 


 

 

 

 


 

 

 

 


 

 

Escribir / El uso de la tela

(Extracto)

 

Arrojar los pedazos sobre una tela.

Destejer. Desarmar. Descansar.

Desandar por los dobleces.

Aprender a enfrentar la dura competencia.

Arrojar los pedazos sobre una tela.

Las partículas chocan. Se separan. No tienen idea lo saludable

que resulta pensar en cosas descabelladas.

Coser ejercicios para la libertad.

Manipular los pedazos de cuerpos sobre una tela.

Algunas costureras aprendieron a escribir y también

llevan un cuaderno pero son las menos. Un cuaderno es como

un diario de vida. Repite Mercedes. Se puede incluir de todo.

Pedazos de tela, muestras de botones, hilos, cintas, moldes y

patrones, ilustraciones antiguas; láminas técnicas, puntos de

vista, diálogos y definiciones. Pero también se puede escribir

sobre la vida propia o la ajena.

Se pueden describir escenas reales. Se puede escribir de

varias formas referidas al cuerpo, también hablar de las horas

y horas trabajando en una misma posición y de nuestras vidas

cosiendo para otros, puntada tras puntada relegadas a esas

labores pero orgullosas del primer salario.

¿Dónde se cruzan las historias y la vida? ¿Dónde las voces y

alaridos que recorren los diálogos de todas estas mujeres?

 

Nunca olviden el cuaderno.

 

 


 

 

 

A n d r e a   R í o s

 

 

Comenzó a escribir apenas a los seis años de edad. En el 2012 recibe mención honorífica en el concurso “Cuéntanos tu parto”. Al año 2020 fue publicado su poema “Epitafio para un índigo” en la revista Leyenarte. También publicó en la revista internacional Standard Digital News el cuento “Infestación”.

Actualmente está trabajando en una serie de cuentos de terror que puedes ver en su Instagram @andrea_poema

 

 


 

 

Sofía y la imagen

 

Sofía como siempre, juega en el patio de aquella antigua casa, una casona de aquellas, que solo quedan en viejos barrios de capital, la niña se rodea de gatos y de vez en cuando con alguna amiga que la visita. Sus padres hace años que están separados, de tal modo, que el padre trata de compensar su ausencia con costosos regalos, en cada viaje que hacía le traía algún novedoso juguete. Para la niña, estos no eran importantes, al punto que, en navidad juntaba muchos de ellos y le pedía a su madre que la acompañara a donarlos. Los fines de semana sagradamente, la sacaban a comer helados y pizza, para ella eran el cielo, sus mascotas eran tres gatos que había rescatado del total abandono y desinterés del mundo. Sus gatos le retribuían con juegos y sus maullidos de afecto, por esto, a la niña le parecía exagerado que su nana y madre, se quejaran de los mininos por no cazar ratones. Por las noches, se escuchaban ruidos fuertes y molestos, en el entretecho y en las paredes gruesas del gran caserón, tanto que en algún momento se llamó a fumigaciones y dijeron no encontrar ni un solo nido o resto de aquellos incómodos animales.

La vieja casona que albergaba a la familia, tenía mucho espacio para jugar, aunque por los años quizás, era demasiado oscura y muy fría, pero aún conservaba la elegancia de tiempos pasados. La entrada de la casa tenía una gran mampara con puerta de madera y vidrio biselado, le seguía un largo pasillo con piso de baldosas y diseños ya muy gastados, desde lo alto de la techumbre se filtraba la luz del día, a través de vidrios de colores que aún tenía el tragaluz. La entrada llevaba hacia un gran living, desde el antiguo techo, colgaba una vieja lámpara de lágrimas, en las paredes del living, no se veían demasiados cuadros, y casi todos eran muy antiguos, con el óleo bien desgastado. Al rincón del gran comedor, había una añosa vitrina, y dentro de ella, se encontraban copas con tallados muy bellos, algunas tazas de antigua porcelana con bellos diseños. La niña recordaba, que estos objetos eran guardados con tal cuidado y esmero, que solo en grandes ocasiones las sacaban y las ocupaban, usualmente por visitas importantes, o por fiestas de fin de año. La propiedad tenía cuatro habitaciones, además de una despensa destinada a almacenar alimentos y productos de aseo, las habitaciones de Sofía, su madre y la nana, estaban al fondo de la propiedad. Para llegar a ellas, había que pasar por el  jardín interior, que terminaba en una entrada a la cocina o comedor diario como le decían, este lugar, era donde la familia compartía diariamente, dejando el comedor principal solo para las grandes ocasiones.

La señora Elena, era la nana de Sofía, y era una dama muy pechoña y mayor, con un gran sentido del humor, de hecho cuando se reía, Sofía pensaba que todos los vecinos se enteraban, sus espontáneas carcajadas le alegraban la vida a todos. Siempre estaba rodeada de muchas amigas, igualmente mayores y muy piadosas, ya habían pasado varios años, desde que decidió llevar la manda de la Virgen del Carmen y esta era para toda la vida, incluso en pleno verano se las arreglaba para no sacarse el café por ningún motivo, además llevaba un escapulario en aquel lugar donde las señoras recatadas cubren muy bien. Nana, además de cuidar a Sofía, era una excelente contadora de historias y no había una noche que no deleitara a la niña, con historias de fantasmas y aparecidos, eso sí; no sin antes rezar el rosario y tres Aves Marías extras, por si acaso algún alma errante decidiera visitarla. Contaba con la aprobación y cariño de la madre de Sofía y se fue transformando en una parte importante de esta familia, llegó a cuidar a la niña desde su nacimiento, y ya habían pasado once años juntas.

Cuando Sofía volvía del colegio, ambas tenían una agitada vida social, solían asistir a eventos, bingos, y visitas a casa de gente mayor, se conocía a cuanto cura llegaba a la iglesia principal, de este modo la niña se fue adaptando a escuchar historias de todo tipo, desde pelambres y hasta historias de supersticiones y fantasmas. Eliana, madre de Sofía, si bien no estaba muy feliz con estas historias, sobre ánimas y gente penando, era capaz de tolerarlas en consideración a que su hija se llevaba muy bien con nana. Eliana trabajaba y era una mujer independiente, con la fortuna de haber heredado aquella vieja casona, esto le permitía dar a su hija mejores cuidados, ya había pasado un buen tiempo desde su separación y trataba de pasar el mayor tiempo en casa, pero su trabajo la demandaba mucho, tenía la tranquilidad de que su hija estaba bien cuidada, por una señora algo extravagante pero muy buena.

De todos los lugares del caserón, había uno particularmente, al que Sofía no se acercaba, era el cuarto que no se ocupaba y donde nadie entraba, a lo más lo hacían de día y por motivos de limpieza, una o dos veces antes de navidad. Este había sido el cuarto principal de los familiares de Eliana, en el lugar se encontraba una biblioteca, con libros que llevaban más de medio siglo sin que les sacaran el polvo, había también una cama de bronce que debió ser utilizado hace muchos años, y lo más perturbador, reposaba sobre una pequeña mesita de noche, cubierta casi siempre, por lo que había sido un pañito blanco. Era la imagen de una virgen de yeso, con los ojos muy desgastados por el paso de los años, al mirarla prácticamente se veían dos cavidades. La humedad hizo lo suyo, deteriorando el rostro de la imagen, se veían dos fisuras en el rostro de la desagradable virgen, estas brotaban desde los ojos que estaban prácticamente vacíos, dándole un aspecto terrible, que daban la impresión, que la sagrada figura tenía dolor en su rostro. Sofía recuerda, que era tal el desagrado y miedo que le provocaba aquella imagen, que su nana tapaba con un trapo de sacudir el rostro de la horrible imagen, esto lo hacía solamente, cuando se ingresaba por la limpieza básica de lugar. Para Sofía era inexplicable, que después de tantos años, se siguiera conservando aquella temible y horrible imagen, los años la dejaron en ese estado, y era tan desagradable mirarla, que ni para el mes de María la sacaban ni mucho menos bendecían, así la imagen se fue quedando relegada a la oscuridad.

Al llegar el frío invierno, la casona se hacía insoportable y se debían encender dos grandes estufas, ya que la chimenea por ahora no se podía ocupar, de este modo su espacio de antiguo mármol, solo servía para los adornos y uno que otro juguete que la niña escondía. Los interminables pasillos y altos techos de la casona, la  hacían poco acogedora y muy difícil de temperar.

Una tarde, sonó el timbre de la entrada principal, siempre la que corría a atender era Sofía, en esta oportunidad corrió tan fuerte que incluso cuando pasó frente a la puerta del cuarto de aquella imagen, no le pareció tan desagradable. Al llegar a la entrada principal, vio tras la mampara un bulto de una mujer que parecía llevar un bastón en mano, la mujer al notar del otro lado de la puerta la presencia de la niña, tocó fuertemente con el bastón en la mano diciendo, ¡Abre la puerta niña¡ situación que asustó a Sofía, ya que lo correcto era esperar que se le abriera sin llamar a gritos, además, ella no sabía quién podía ser y le tenían muy advertido los cuidados en abrir esa mampara a cualquier extraño. Sin darse cuenta, su nana estaba abriendo la puerta de entrada y saludando a la extraña, no paso mucho rato en que invitaron a la anciana a tomar once con la madre de Sofía. Pudo apreciar desde muy cerca los rasgos de la mujer, tenía un rostro duro casi curtido quizás por el sol o por falta de hidratación, al parecer llevaba “la permanente”, una especie de tortura con palitos de madera que permiten dejar rizos pegados al casco de las mujeres mayores, al menos eso lo había visto Sofía en las amigas de nana. La anciana vestía completamente de negro, y el único color diferente era su cabeza, de un color ceniza amarillento, el escaso adorno que tenía era una gargantilla de plata en su pecho, una medalla que al parecer era una imagen o algo así. La presentaron como Rosa, y cuando la niña se acercó a la anciana para saludarla, que es lo que se hace en estos casos por buena educación, noto un aroma a orines y yerbas, esto sin duda le provocó un rechazo hacia la mujer y no entendía como su madre y su nana se veían tan amigables con ella en la conversación. Lo peor de la invitada no fue su aspecto, sino que, su madre le avisara que la pobre señora pasaría unos días con ellas ya que estaba sola, ahí fue cuando el rostro de Sofía sufrió un rápido cambio, y de estar intrigada por esta visita, paso a la molestia y desagrado rápidamente, con tan mala noticia, no entendía como su madre podía alterar su paz con esta extraña.

Pasaron los días y la anciana parecía demasiado cómoda, sin poner fecha de partida, la mujer se había vuelto aún más desagradable, a cada rato llamaba a Sofía, para pedirle algo, situación que tenía muy sobrepasada a la joven dueña de casa, y aunque en su interior de niña buena, sabía que había que ayudar al próximo, esta anciana ponía a prueba la paciencia de cualquier persona.

Rosa era una anciana descuidada en su aseo, y supersticiosa, sin embargo se le conocía en el barrio como una devota de la virgen de Lourdes, y no había misa a la que no asistiera, ahí la conocieron la nana y la madre de la niña. Lo extraño era que ahora, no solo quería ir más seguido a misa, sino que, había comenzado a decir cosas raras, como que la imagen la observaba y que por las noches escuchaba llantos. Este relato llenaba de terror a las mujeres de la casa y trataban de que Sofía no se enterara de los delirios de la invitada, pero a esas alturas ya la niña lo sabía, pues desde un pasillo cerca al comedor diario, se podía escuchar lo que hablaban los grandes. Cada día la anciana decía sentirse más enferma y asustada, y que le parecía horrible la presencia de la imagen, decía que el frío de aquella habitación no la dejaba dormir, y que en la noche daban fuertes golpes en las paredes y entretecho, lo último era cierto ya que antes de su llegada, ya habían culpado a las ratas de semejante desorden.

Rosa, a pesar de su avanzada edad, gozaba de buena salud, nunca había usado anteojos y su mayor problema era su cadera que le imposibilitaba en caminar bien, para esto se ayudaba con un bastón. Sin embargo, fue una tarde que la madre de Sofía, comentó que pediría ayuda a unas amigas para llevar a la mujer al médico, ya que prácticamente no veía y podía ocurrir una desgracia y caerse en su cuarto estando sola. Llegó el día de asistir al médico y Eliana con la ayuda de dos amigas, lograron subir a la anciana al automóvil de una de ellas, y partieron rumbo al médico. Sofía hacía unos días que no había visto a la mujer, no había querido entrar en la habitación, así que al salir ella, su madre y las dos amigas, pudo notar el alicaído aspecto de la anciana. Una especie de perturbación en la mirada y sus puños apretados contra la imagen que llevaba en su pecho, como si quisiera defenderse de algo.

Sofía pensaba que la salida de Rosa, su madre y las amigas de esta, le darían un par de horas sin la presencia de adultos en la casa. Quería aprovechar ese momento, y entrar al cuarto de la mujer, quizás, averiguar que podía estar pasando, pero no lo haría sola, así que decidió pedir ayuda a nana, y aunque esta se opuso muchas veces, finalmente logró convencerla de que la acompañara. De este modo la niña y nana, entraron al lugar, la puerta solo estaba junta y una de las entradas que daba hacia el comedor permanecía prácticamente bloqueada, esto había ocurrido luego que un gran sismo, apretara aquella puerta. Notaron que dentro del cuarto hacía frio, mucho más que en el exterior, quizás la humedad lo hubiera provocado, ambas pensaron que la pobre mujer, cuando se quejó del frío tenía toda la razón y hasta un poco culpables de eso se llegaron a sentir. Miraron y a simple vista no se veía nada extraño, al menos eso les pareció, pero de repente Sofía dio un salto tomando la mano de nana, y le dijo ¡Mira la virgen¡ las dos mujeres vieron con horror como esta, sin su rostro tapado por ningún paño, mostraba con orgullo sus dos ojos, ahora el yeso de la imagen, estaba prácticamente regenerado, como jamás antes lo vieron. Lo más infernal de la visión, eran las fisuras, las que siempre le dieron un aspecto temible y horrendo, ya no estaban, ¿qué había sucedido? porque la imagen se veía de este modo y aun así, casi restaurada de un modo sobrenatural, daba un aspecto diabólico y temible. Nana y  Sofía salieron corriendo del oscuro cuarto, y llegaron en silencio hasta el comedor final, ni se atrevieron a mirar hacia atrás, y una vez en la cocina la nana comenzó a rezar y a pedir que nada les ocurriera en la casa y ambas tomadas de las manos prometieron que no dirían nada a nadie, no querían angustiar más a la madre de la niña. Tenían la esperanza de que lo visto recientemente fuera producto de un desvarío o algo así.

Pasaron tres días y Eliana seguía preocupada, ya que la salud de Rosa su invitada, se deterioraba más y más, su aspecto era de quien perdía el vigor y el peso y ya ni la voz le salía fuerte como antes, pedía que le trajeran agua bendita, y había solicitado la presencia de un sacerdote para bendecir la casa y especialmente ese cuarto, pero el único sacerdote de la parroquia era muy viejo y flojo, así que aún no llegaba a la casona. Sofía dejo de abrir la puerta de entrada de la gran casona, ya que esto la obligaba a pasar por el cuarto de la endemoniada imagen, y eso por ningún motivo quería hacerlo. Cando llegaba del colegio, corría hacia el final del corredor ingresando rápidamente al comedor diario, ni siquiera de reojos se atrevía a mirar la pieza de la anciana, sus mascotas ya no salían ni al jardín y se veían más tímidas que antes. Las noches se hacían muy complejas para la familia y a estas alturas la madre de Sofía no sabía realmente que hacer, se escuchaban ruidos fuertes, tanto en el techo y paredes, los ruidos se fueron extendiendo a toda la casona. A estas alturas, Sofía dormía con la nana, y de noche rezaban el rosario y luego les costaba conciliar el sueño, ya que aún conservaban el peso de su gran secreto. Ambas no entendían que pasaba en la casa, que podía pasar con esa perversa imagen y menos entender lo que Rosa decía sentir y experimentar en el cuarto, tanto que había avisado que se iría de la casa.

Un día después de la hora de once, ya estando oscuro, decidieron retirarse cada quien a su cuarto, el silencio era casi incómodo y denso, Sofía sentía que hasta su respiración se podía sentir en todo el caserón, el ambiente era extraño esa noche, se aguantó lo que más pudo, pero  tuvo que salir corriendo al baño. Cuando se disponía a volver al cuarto, escuchó un horrible y fuerte ruido, junto a un golpe seco. Sofía sintió tanto temor, que todos los vellos de su piel se erizaron, porque comprendió que aquel fatídico lugar, le obligaba a acudir nuevamente. Intentó tomar fuerza para correr a ver lo que sucedió, pero sus piernas se hacían de trapo, y sus energías eran absorbidas por el pánico. En ese instante, cuando creía que lo peor había pasado, otro ruido se volvió a escuchar, y fue tan estrepitoso que hasta los gatos huyeron ¡Ay no, aléjate! Fue lo último que se escuchó del cuarto de Rosa. Las tres mujeres quisieron socorrer a la desdichada, pero era demasiado tarde, lo que vieron ante ellas fue horror y aberración. La anciana yacía en el piso del cuarto boca abajo, nana se persignaba. Eliana y nana dieron vuelta el pesado cuerpo de la anciana, soltando ambas un fuerte grito. Sofía vio como el rostro de la anciana denotaba horror y miedo, pero lo más aberrante fue ver que donde había ojos, ahora solo relucían dos cuencas vacías y sangrientas. Como lo diabólico no llega de a poco, vio lo que ante sus ojos inocentes, sería la visión más satánica y sobrenatural que ni sus peores pesadillas y miedos podían superar, aquello la marcaría para siempre. La maldita imagen, rebosante de alegría, provocó el mayor sentimiento de repulsión y espanto, ahora tenía sus ojos completos y de ellos  brotaba sangre.

 

 


 

 

 

S e b a s t i á n   N ú ñ e z   T o r r e s

 

 

Santiago de Chile, 1984. Poeta, docente e investigador académico. Licenciado en Lengua y Literatura en la Universidad Alberto Hurtado. Magíster en Didáctica de la Lengua y la Literatura en la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE). Actualmente es candidato a Doctor en Literatura en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Miembro fundador del grupo «Vórtice», que organiza lecturas y encuentros poéticos en la región de Valparaíso. Ha publicado El bosque de los ausentes (2015) y Las arpas rotas (2020).

 

 


 

 

Utopía

 

Te escribo desde la caverna

platónica del absurdo,

de este vacío que intentan

llenar palabras,

símbolos de siglos

en la memoria

suspendida de los témpanos.

 

Pero tú solo comprendes

el aullido del lobo

que la luna desprecia

como el tiempo

nuestros sueños inmortales.

 

Tú solo comprendes

el gorjear de pájaros

a la salida del sol,

el rumor de las mareas

que un viejo dios

agita por capricho.

 

Solo comprendes

el efímero brote

de los geranios,

el titubeo del viento

antes de remover las últimas hojas.

 

 


 

 

Tendencia

 

De nuevo el viento cierra las puertas

empecinado en quedarse solo en los cuartos.

 

El viento, es el viento que desordena

la cabellera de los siglos

cuando se rompen las crisálidas

y pasan aullando las horas postergadas.

 

Tú escribes obituarios o palabras

que duelen antes de pronunciarse.

 

Pero hoy te digo que olvides

las rutas conocidas del sosiego

y que no cometas el error de Orfeo

de mirar atrás,

pues iremos tan lejos

que nos adelantaremos a la causalidad

y los hechos ocurrirán antes que los motivos.

 

Tú que permanecerás dormida

en las corrientes abisales

como el detritus de dioses condenados,

nosotros que seremos otro engrane

en la trama de los teseractos

con el sol reverberando

en las orillas de un sueño irrescatable.

 

 


 

 

Declaración

 

Antigua benefactora de mis delirios,

yo quise abrazarte

y terminé despedazado

en el fondo de los días.

 

Si insistes en que pronuncie

alguna especie de juramento,

haré una inflexión neorromántica

y diré: tal vez estamos solos

como el juguete roto

que un niño dejó en el patio

junto a su infancia oxidándose en la maleza.

 

Mientras la tarde se desgarra,

cuando el crepúsculo anuncia

el exilio de los pájaros,

te extraño porque sí.

Porque la memoria insiste

como un liquen aferrado

al torso de las piedras.

 

 


 

 

La caída

 

Como viejos árboles

de pronto afectos a su peso,

se desplomaron los sacramentos

el estatuto del alabastro,

la mueca pretenciosa

en los labios de la Ley;

se vaciaron las clepsidras

y en las manos

el agua se escurrió

como las horas vacías

donde el destino se sumerge.

 

Me abruma

el vestigio inútil

de los ídolos desechados,

el manso vaivén

de sueños definidos

por un insondable

algoritmo de conciencias,

la tristeza de millones de rostros

en los vertederos

donde resuma su odio

el tiempo inerte, carcomido.

 

 


 

 

 

P a t r i c i o   Y b a r r a

 

 

Trabajador Social de la U. de Chile y docente de educación superior técnico profesional. Actualmente se desempeña en cargos directivos y también ejerce docencia en Institutos Profesionales de Santiago.

Se inició en la poesía desde sus años de estudiante en el Pedagógico a través de la Agrupación Cultural Universitaria (ACU - 1979).

Ha publicado el libro "Más acá de tus palomas" (Platero 1997). "Llovizna leve (2010), "Señales de humo" (2015). Ambos en proceso de publicación.

Permanente colaborador de diferentes grupos de poesía.

 

 


 

 

Mis viejos amigos

 

A mis viejos amigos,

ya no los visito,

se han vuelto grises y aburridos.

 

No destapan alegres las cervezas,

no ríen con los viejos chistes,

no presumen de mujeres.

 

Han tomado esa costumbre extraña de quedarse mudos,

fríos, quietos,

clavadas las vacías cuencas

en un punto muy lejano,

invisible casi,

más allá

de las puertas de este camposanto.

 

 


 

 

Zapatos

 

Dos zapatos viejos, maltratados y sucios,

sudando polvo descansan

debajo de un camastro.

 

Uno mira al sur, el otro al norte,

sin verse inmóviles yacen

en la quietud oscura.

 

Las horas se esfuman, amanece

y dos pies desnudos, como ellos gastados,

los buscarán a tientas, los calzarán

en perfecta comunión de pobreza.

 

Volverán entonces al camino, la cansada marcha,

sin otra esperanza que el polvo desconocido,

sin más certeza que las piedras 

y el ajeno pan de cada día.

 

 


 

 

Eran otras las manzanas

 

Ya no soy ese muchacho que robaba las manzanas

al frutero de mi barrio

y corría a comerlas escondido

al fondo de aquel patio.

 

Uno crece,

uno cambia

ahora de grande

las pago en efectivo y las como

tranquilamente a la luz pública.

 

Sólo que

curiosamente

no logro disfrutarlas como entonces.

 

 


 

 

La manzana

 

La manzana

no es manzana

ni es hermosa

ni resplandece

sino cuando tu boca

la hace suya.