C U E N T O S   O L I G O F R É N I C O S

D E   R I C A R D O   C H A M O R R O


p o r   R o d r i g o   H i d a l g o

 

 

 

 

Rodrigo Hidalgo Moscoso es periodista y profesor de Lenguaje y Comunicación.  Coordinador del área de literatura de Balmaceda Arte Joven ha publicado entrevistas, cuentos y crónicas en la Calabaza del Diablo y The Clinic, entre otros.

 


 

 

 

Conozco a Ricardo desde hace al menos 10 años, de cuando en la revista La Calabaza del Diablo publicamos algunos cuentos suyos. Ya en ese entonces reconocí al escritor que vive en él. Un tipo en el que se pueden rastrear lecturas que van del absurdo surrealista al realismo sucio, la búsqueda de retratar desde el humor la tragedia -psicológica e  interior algunas veces, dolorosamente real y concreta otras tantas- del sujeto contemporáneo. Chamorro habla del Chile que conoce, del Santiago que conoce, pero le pone imaginación, resultando trucos a veces burdos y obvios, pero otras veces destellantes y legítimos fuegos artificiales. En todo caso, como el mago que se sube a una micro, lleva hasta el fin su número con dignidad. Esos trucos a los que me refiero son las intervenciones de lo inverosímil en lo real. Como el Gogol del cuento La Nariz, donde un funcionario halla al abrir su pan del desayuno, una regia nariz en medio de la masa, convirtiéndose el relato en la atribulada odisea del funcionario por hallar al dueño de la nariz perdida. Ese tipo de recursos se me ocurre que son los que Chamorro intenta. Trae por ejemplo, de gira a Sísifo al Chile de los 90s y lo pone a subir su piedra castigadora por el cerro Santa Lucía o por el Edificio Celular de Telefónica. Hay que saber llegar hasta las últimas consecuencias con un recurso de ese tipo. No es fácil contar un chiste sin saber cómo rematar.

 

Ahora, los cuentos de Chamorro, dispersos en revistas, webs y antologías, tuvieron un debut como libro el año pasado. El volumen, editado por Mago Ediciones, se tituló "Del Año de las vacas flacas", y vino a reforzar la propuesta o búsqueda del autor, como hasta aquí la he expuesto. Una obra cuentística cuyo motor principal es el humor y la imaginación. Sin embargo la única crítica que recibió, fue de la despiadada Patricia Espinoza, que siguiendo su estilo de pitbull furioso, no dudó en tratar de oligofrénico a Chamorro, denostando su esfuerzo por levantar una obra cómica en un país donde la narrativa –y ni qué decir la lírica- es casi siempre melancólica, triste, llorona. Que quede claro acá otra cosa. Yo me considero amigo de la Patty. Fui su alumno en un diplomado de crítica literaria, por la misma época en que conocía a Chamorro. Dejando ahora de lado esa digresión, o para hallar algo de razón a la crítica de LUN, diremos que efectivamente a veces Chamorro desaprovecha sus recursos. Ideas buenas que dan lugar a historias que al final no resultan tan buenas. Pero aún así, el conjunto es más que digno, y decir que se queda en el chiste fácil, bueno, eso es parte ya de cómo a la Patty le gusta ejercer la crítica, o de cómo ella asume la responsabilidad que se supone tiene uno al hacer crítica. Lo concreto para mí, es que habiendo leído algo de la absurda obra cuentística de Chamorro, yo abordé la lectura de su segundo libro con ibseniano entusiasmo, y salí, más que entusiasmado, sorprendido.

 

 

 

Porque Chamorro dio un vuelco y dejó la estética del absurdo y el humor, y se conectó con otra tradición, con su otra veta, la del realismo sucio. Y se mandó una venganza (del título del libro a la dedicatoria a Patty Espinoza) en una clave más que clara. Estos "Cuentos oligofrénicos" son como para decirle a la crítica que lo denostó, que puede escribir como un genuino Chinasky de Parque Almagro. Con la violencia de un cross a la mandíbula, en palabras de Arlt. Sin concesiones. Crudamente. Sin poesía siquiera. Los relatos reunidos por Ediciones La Polla Literaria, abundan en una estética y un tópico que ya otros autores chilenos han perfilado, y que conforman lo mejor de la literatura actual. Está el telón de fondo de los años 90: la violencia en las calles, la rabia contenida, la decadencia, el alcohol como refugio, los antros como el bar 777 de Alameda; está el deambular por las noches de carrete sin sentido que Luis Valenzuela junta en un jueves, está la música post dictadura mezcla de punk-metal-rock-indie-etc. que Bisama llama ruido, están los personajes grotescos que deambulan como escorias humanas por la ciudad sur de Luis Antonio Marín, está el sin pudor de exhibirse perdedor con amoríos fugaces y disímiles performances sexuales de Gonzalo León, en fin, me quedo corto: están todas las experiencias que alguien se puede imaginar vivió un estudiante universitario durante su paso por la facultad de ingeniería en la U. de Chile, en el barrio Beaucheff. Incluso están, con nombre y apellido, los poetas Barcaza y Sanhueza, en esas aulas percudidos.

 

 

Hay en lo formal, lo dije ya, una pluma sucia, a lo Arlt. Un coloquialismo que hace que a veces los cuentos parezcan las meras transcripciones de una anécdota al papel, sin que importe mucho la estructura que define y caracteriza a un cuento propiamente tal. Pero eso es quizás precisamente lo que se busca. Mandar al diablo los decálogos. Como Fontanarrosa en ese magistral cuento que se llama "Puto el que lee". Si te gusta bien, y si no a otra cosa. Si mi cuento te agarra, bien, si no métetelo donde quieras. De nuevo pareciera que Chamorro le está dedicando, en forma y fondo, este conjunto de su obra a Espinoza.

 

 

 

No sé cómo irá Patty a tratar el nuevo libro de Chamorro. Sé que es una buena lectora, aguda, capaz de reconocer y discernir la literatura del cacareo. Probablemente hallará que los arquetipos femeninos son pencas, y que hay un machismo pendejo de poeta maldito penca. Por ejemplo. Pero bueno, estoy especulando porque con su título y dedicatoria "en clave",  el propio Chamorro nos ha obligado a hablar todo el rato de Patty Espinoza, y previendo una escalada de virulentos epítetos entre un autor al que considero sagaz y de hábil pluma, y una crítica a la que respeto y con quien comparto puntos de vista generales en torno a lo político del oficio literario, finalizaré sin asomo de pudor, con un lugar común que por algo me hace sentido: en gustos no hay nada escrito. Lo que puede leerse como todo lo contrario, ¿no? "En gustos está todo escrito". Pero llegaríamos a lo mismo. Una discusión circular y bizantina.

 

Tengo que decir, para que se note que leí este libro, que el último cuento oligofrénico es quizás el mejor logrado, el que me pareció más trabajado. Y aunque esto es obviamente algo subjetivo, me arriesgaré a proponer una lectura para ese cuento, que se llama "Los sucesos de agosto". En ese relato creí ver ecos de una novela de Faulkner, que se llama "Luz de agosto". Más allá del mes, en ambos relatos, hay una mujer que se embaraza y pare un crío que va a quedar sin padre, hay una mujer al borde del abismo, una mujer a la defensiva, siendo juzgada por quienes le rodean, una mujer que hiere a veces y provoca incluso ese mismo juicio. Creo que es evidentemente una casualidad. Pero únicamente el propio Chamorro puede sacarme de esa duda. Y si lo hace o no, tampoco importa. Lo concreto es que el cuento funciona, y salvando las distancias con la novela de Faulkner, leerlo también resulta una experiencia conmovedora.

 

Y por último, tengo también que mencionar que en este libro de Chamorro nos lleva atmosféricamente al barrio San Diego, con el paco Rivano vendiendo libros, los peruanos jugando a la pelota, los estudiantes tomando, el comercio y toda la grasa de las capitales. Nos pasea por el centro. Y como ése es también mi barrio, y soy vecino de Chamorro, sólo puedo tener una enorme alegría de estar presentándolo, de estar celebrando este segundo libro suyo. Cómo no me va a gustar, si además tengo tantos amigos lindos oligofrénicos.

 

 

Rodrigo Hidalgo

Santiago, diciembre 2012

 


 

 

Extracto de un cuento de Chamorro


 

 

 

- ¿Te imaginai le mandamos unos gallos y el Moena les pega a todos?

 

Soto se rió en mi cara, con unos tiritones, así como se ríe el güeón...

 

- Mejor nos dedicamos a las cosas operativas - me dijo después de que se tranquilizó.

 

En fin, en la placita nos pusimos a esperar a Moena.  El tipo no salía nunca.  Nos fuimos poniendo nerviosos, nos paseamos harto rato por al frente, nos cambiamos de lugar.  Al final decidimos que Soto seguiría al loco y yo seguiría a Soto.  Todo estaría de lo más bien.

 

- Entonces  -me dijo Soto  -entra al restorán y tú sales cuando me veas moverme.

 

Así lo hicimos.  Pasó un buen rato, yo entré y te pedí una bebida ese día.  ¿Te acordai?  ¿Que no te la pagué?  Bueno, te la pago ahora, que tanto.  Pero escúchame:  desde la mesa veía con claridad a Soto.  De repente él se para rápido y me suena el celular.  Me pregunta si acaso el loco usa un bolso de cuero, como cartera de mina.  Claro, le digo.  Yo no había cachado que el bolso de Moena parecía cartera de mina.  "Entonces chao", me dice y se pone a seguirlo.  Lo vi alejarse.  Me entré y terminé la bebida.  Después sonó mi celular.  Soto estaba en San Diego.  Lo había perdido qué rato.  Me dijo que el güeón se bajó de improviso de la micro, con la micro andando incluso, y que cuando él quiso hacer lo mismo el chofer armó drama.  Perdió una cuadra y con eso a Moena.  Pero me aseguró que lo seguiría de nuevo.  Y al otro día estuvo Soto.  No quise ir porque sentí que la cosa se puso caótica conmigo presente.  Capaz que el güeón me había visto.  Lo llamé como a las diez para saber cómo le había ido.  Me dijo que el compadre se fue de compras.  "Andaba con una mina", me dijo Soto y cuando la describió caché que era la Greta.  O sea, que el amor tan grande que le tenía a la Mabel era puro cuento no más.  Se fueron a comprar al Centrofertas, como en el cinco de Vicuña Mackenna, igual lejos, y parece que Soto lo siguió en metro, a la hora de más taco, con trasbordo incluido.  Le pregunté si Moena lo había visto y me dijo que sí.  Ahí me preocupé, porque este güeón nunca olvida una cara, tiene memoria fotográfica, y qué se iba a olvidar de la cara de Soto que es de lo más recordable.  Cuando Moena salió del Centrofertas, agarró la primera micro y se fue, con la Greta detrás con cara de califa.  Me dijo que después los vio entrar a un motel en Marín.  O sea, todavía no podíamos saber dónde vivía el güeón.

 

De "Otra aventura de espías"

Cuentos oligofrénicos

Ricardo Chamorro

Ediciones La Polla Literaria

124 páginas.  Santiago de Chile 2012.